domingo, 26 de junio de 2011

Relatos universitarios I

Pedro Dobrée
pdobree@neunet.com.ar

Si señor Rector”. Había cerrado con firmeza la puerta del despacho y se encaminó hacia la salida del área, mirando por encima del hombro a Sarita, la secretaria privada del Interventor en la Universidad Nacional del Comahue. “Haceme llegar un café, que tengo que escribir el discurso de esta tarde”. Se fijó si había acusado la instrucción, posó su vista un instante sobre el escote de la mujer e ingresó a su oficina.

Joaquín Gómez Sarmiento tenía 39 años y dos matrimonios a cuestas cuando llegó a Neuquén a fines del 79. Venía de una buena vida en Buenos Aires; un Buenos Aires pobladas de tardes en “La Biela” y de noches de “Mau Mau”.

Las apariencias decían que había sido el encargado de las relaciones públicas de la empresa de su segundo suegro, una fábrica metalúrgica de Avellaneda. Pero en realidad solo fue la fachada para alguien que nunca tuvo una experiencia laboral seria ni formación profesional alguna. Y, como él mismo decía, “…de algo hay que vivir”

Cuando se separó de Graciela, madre de su única hija, perdió la razón de su empleo. Pero su suegro, compadeciéndose de quien había colaborado para que tenga una nieta, había hablado con su compañero de fines de semana de golf en Olivos, en ese momento Ministro de Educación del gobierno militar. Por esta razón apareció en Neuquén, como colaborador del Rectorado.

Con algunas dificultades se adaptó a la vida neuquina. Rápidamente fue reconocido como habitué de las confiterías más frecuentadas del centro y logró cierta inserción entre los miembros de la alta burguesía local. Paraba en el hotel Royal, sobre la Av. Argentina y los domingos se lo sabía ver almorzando en el Neuquén Tenis Club, sobre la Av. Olascoaga, cerca del río Limay. Impecablemente vestido, con actitudes de galán de edad intermedia y cierta habilidad para jugar al tenis, su presencia no pasaba desapercibida.

En el otoño de 1981 conoció a Betina “Beti” Riera. Ella era estudiante de tercer año de la Lic. en Letras en la Facultad de Humanidades e integraba un grupo que con la Pastoral Social del obispado neuquino, actuaba en defensa y ayuda de grupos marginales de la capital y del interior provincial. A fines de Abril llovió mucho en la alta cuenca del Neuquén y el grupo de Betina estaba en plena campaña pidiendo ropa y alimentos, para quienes habían tenido que abandonar sus hogares, corridos por las frías y turbias aguas que bajaban de los faldeos precordilleranos.

La “Beti” era muy atractiva. Cabello muy oscuro y piel mate, tenía un par de ojos que, amén de grandes, eran vivaces. Aún la ropa adecuada a los primeros fríos otoñales no podían disimular un cuerpo elástico, de no menos de 1.70 metros de largo, con pechos y nalgas evidentes y largas piernas que podían adivinarse bien torneadas bajo la tela jean de un ajustado pantalón.

La primera vez que Joaquín vio a Beti, fue en una tensa reunión en la sala grande, a un costado del despacho del Rectorado. Beti había sido citada junto a varios de sus compañeros para ser notificados de la prohibición de usar aulas como depósitos de ropa y alimentos. Joaquín acompañó al Secretario Académico en la oportunidad. Beti mostró una mezcla de enojo y desprecio hacia el secretario y su acompañante. Joaquín la observó y entrevió el carácter de su oscura belleza. Se vieron luego y por la misma razón, otra vez más.

Interesado en la morocha, buscó excusas para otros encuentros y desplegó sus artes de seductor “bon vivant”. Beti respondió inicialmente con desprecio pero de a poco mostró cierto interés del cual se burlaron sus compañeros de actividades en la Pastoral.

Beti prosiguió con su actividad en defensa de gente marginal y se había introducido en las actividades de un grupo de alfabetización. Su relación con Joaquín se había materializado solo en algunos encuentros, un par de películas vistas en el Cine Español y una cena.

Joaquín se encontró de golpe en una situación por él nunca soñada. “Mire Gómez Sarmiento, Ud. tiene algunas compañías que no le convienen” le dijo una mañana el Rector Interventor, cuando había entrado a su despacho con expedientes para la firma.

En Agosto de 1981 ingresó, pasadas las doce de la noche, una llamada telefónica a la pieza del hotel de Joaquín. “Me han invadido la casa. Cuando llegué esta noche me encontré con todo revuelto, la puerta rota y la vecina me informó que tres o cuatro personas preguntaban por mi”. Beti vivía en una pequeña casa del barrio Sapere en Neuquén. La alquilaba desde que estaba estudiando, pues su familia residía en San Martín de los Andes.

Decime donde estas, pues te busco con el auto” Joaquín se vistió apurado. A los pocos minutos estaban en la ruta 22, rumbo a General Roca. Habían concluido que lo mejor era que Beti se fuera de la región; tenía parientes en Lomas de Zamora, en Buenos Aires, que la recibirían, estaba segura.

Nerviosos llegaron a la ciudad y se dirigieron a la parada de la empresa de ómnibus que viajaba a la Capital Federal. Beti se quedó en el auto que fue estacionado lejos de la luz, mientras Joaquín compró el pasaje.

Esperaron algo más de media hora y vieron doblar la esquina el coche que la llevaría. Ambos se bajaron a la vereda y Beti se despidió de Joaquín. “Me has sorprendido; poco has hecho en la vida, pero estas últimas horas fueron las más valiosas. No se si nos volveremos a ver, pero ten presente que siempre me acordaré de ti y del valor que has demostrado”. Con su sonrisa burlona le dio un beso, se dio vuelta y se subió al coche.

Algunos meses después volviendo desde Villa Regina a Neuquén, en una noche de niebla, el auto de Joaquín colisionó con otros. La ambulancia lo llevó rápidamente al hospital público de Cipolletti y a las dos horas, a pesar del esfuerzo de enfermeras y de médicos, falleció. De Betina Riera, de vez en cuando, tengo alguna noticia. Es una exitosa periodista, gráfica y radial, en Rosario.

lunes, 20 de junio de 2011

Los primeros años en El Chocón

           

Presa de El Chocón

Pedro Dobrée
pdobree@neunet.com.ar

En esta Patagonia del desierto y la soledad, los grandes emprendimientos han marcado singularmente su historia y su conformación demográfica y cultural. Las grandes obras y explotaciones han sabido no solo conformar una infraestructura regional y nacional, sino que a la vez han sido polos atractores de familias llegadas desde los más variados lugares del país y del exterior. Luego de finalizar su estadía en razón de las tareas a realizar, muchos de ellos, enamorados del paisaje, del viento o de la amistad, han decidido quedarse.

            Sus hijos y sus nietos luego han engrosado la legión de patagónicos orgullosos de su tierra y constructores de una realidad sociocultural que hoy quiere saber si ya tiene perfil definido.

Entre los emprendimientos más importantes y recientes se cuenta la construcción de las enormes represas sobre el sistema hídrico más importante del sur argentino: el conformado principalmente por los ríos Limay, Neuquén y Negro. Aunque la construcción de El Chocón fuera una idea que se discutía en ciertos círculos desde hace muchos años, se concreta recién en la década del 60. Entonces en Neuquén y sus áreas aledañas, se inicia un proceso migratorio importante, al amparo de la publicidad oficial que hacía referencia a “La obra del Siglo”.

Pero antes hubo otras obras, como las del puente ferro carretero entre Carmen de Patagones y Viedma, el ferrocarril entre Puerto Deseado y Las Heras o el dique puente Ing. Ballester, pieza central del sistema de regadío del Alto Valle rionegrino.

Sobre el papel que estas obras jugaron en la historia patagónica mucho se ha escrito. Aún hoy la gente vieja de Cipolletti y de Neuquen recuerda la influencia de la obra del Dique Ballester. Los bailes de Carnaval en cercanías del obrador, los partidos de fútbol en Barda del Medio, la biblioteca popular o la escuela, no hubieran existido de no ser por la obra y la consiguiente aglomeración de gente proveniente de diversas regiones, cada uno con su bagaje cultural a cuestas.

Tanto fue así que el admirado escritor Osvaldo Soriano, vecino cipoleño durante su adolescencia, reflejó estas circunstancias en su cuento “El hijo de Butch Cassidy”[1]. Relata Soriano que en 1942 no se jugó el Campeonato Mundial de Fútbol debido a la 2da. Guerra Mundial y que por ello se jugó en Barda del Medio. Esta decisión dice – y no hay porque no creerle – se produce justamente por la existencia de contingentes de diversas nacionalidades presentes en la construcción de la obra y en el coetáneo tendido del primer cable telefónico que uniera, por estas latitudes, al Pacífico con el Atlántico. Coinciden entonces en este lugar, españoles, italianos, argentinos por supuesto, guaraníes, ingleses, polacos, alemanes – los que llegaban con el cable telefónico – y mapuches. Estos últimos ganan la copa, en gran final con los alemanes.

En El Chocón se produjo una situación similar. No la del Campeonato del Mundo, obviamente, pues para ese entonces la guerra ya había terminado y los sponsors internacionales de este tipo de eventos no se pierden semejante negocio, pero si la confluencia de nacionalidades y la generación de un centro socio cultural de importancia, que aún sobrevive en la Villa y en la actividad de muchas familias que residen en Neuquén o Cipolletti. Hasta de fútbol se puede hablar, pensando en similitudes, pues el equipo de 1ra. División del Club El Chocón fue campeón de la Liga Neuquina en 1971 y los memoriosos recuerdan la presencia, para ese año y el siguiente, de los equipos porteños de Boca Juniors y de River Plate.

Uno de los primeros empleados de Hidronor S.A., la empresa creada para construir las represas, las centrales hidroeléctricas y las líneas de alta tensión a Buenos Aires, fue Héctor Salvagno. Héctor ingresó a la empresa en Abril de 1969, de la mano de Carlos Bresler, quien fuera por muchos años Administrador General de la Villa El Chocón y personaje muy recordado dentro y fuera de la empresa.

Inicialmente Salvagno vivió en Neuquén, hasta que se construyeran las primeras casas en la Villa. Durante los primeros tiempos la gente de la empresa vivía allí, en algunos hoteles que ya no están como Huemul o Fontana. Las oficinas de Hidronor y de la empresa de consultoría inglesa estaban en la casa de la familia Quarta, en la calle Irigoyen del centro neuquino.

            Finalizada la construcción de las primeras edificaciones, Salvagno fue a vivir al “pabellón de los solteros”, junto a algunos ingenieros ingleses y a las autoridades de Hidronor. Cuando se fueron habilitando las casas, empezaron a llegar las familias, como las del Ingeniero Rodolfo Garrido, uno de los primeros técnicos argentinos de la obra. Salvagno mismo se casó con Teresa y el joven matrimonio ocupó una de las casas del Barrio 2. Teresa luego integró el primer equipo docente de la Escuela de El Chocón.

Todavía hoy Salvagno recuerda su admiración por las palabras de Bresler cuando le explicaba como el desierto se convertiría en un gran parque rodeando la Villa, a orillas de lo que luego sería el enorme lago Ramos Mexía. Le explicó también como distribuirían el agua y como se habría de regar con un sistema de canales y terrazas inundables. Recuerda los miles de árboles plantados en el desierto de rocas y alpatacos y como se volvía a sembrar césped y trébol en la arena, luego que el calor del sol y la fuerza del viento destruían la siembra anterior.

Poco a poco la Villa se llenó. Como una Babel otra vez en el desierto se escuchaba hablar en italiano, en inglés, en francés, en castellano y alemán y nombres extraños se integraban a la vida cotidiana de los vecinos. Entre otros argentinos se recuerdan algunos que ya no están: Carlos Sureda, identificado íntimamente con la Patagonia pues nació en Río Gallegos, fue uno de los protagonistas principales de la obra de El Chocón y murió intentando aterrizar en el aeropuerto de Ushuaia. Y Cristian Labrune un ingeniero que supo, desde su condición técnica y humana, imprimirle su sello personal a la cultura organizacional de Hidronor. Su viuda, Noemí, sigue hoy marcando rumbos a la defensa de los Derechos Humanos en Neuquén y Río Negro.

En 1972, las esposas de los técnicos e ingenieros de las obras, vecinas de la Villa El Chocón, quisieron hacer un aporte al espíritu solidario local. Entre varias de ellas y en inglés, italiano y castellano, editaron un libro de recetas de cocina: “Cocinando en El Chocón”. El producido de su venta fue destinado a colaborar con los gastos de varias escuelas rurales nequinas.
           
            En este libro se resume el carácter de confluencia cultural del lugar y del momento. Se usan los tres idiomas y se plasman costumbres gastronómicas de todo el mundo. Valen como ejemplos las “Empanadas tucumanas” y el “Locro de maíz” de Argentina; los ricos “Spaghetti a la carbonara” y “Bucatini e ficcioni in pasticcio” de Italia; una exótica “Moussaka” griega; los populares “Steak and kidney pudding” y “Apple pie” de Inglaterra; y - una sorpresa - un “Estofado de pitón” africano.



[1] “Cuentos de los años felices”, Editorial Sudamericana, Bs. Aires, 1993

domingo, 12 de junio de 2011

Gaviota de Puerto


Pedro Dobrée

Elsa Chacón nació en cercanías de Puerto Tirol, hacia el noroeste de la ciudad de Resistencia, en lo que en esa época era Territorio Nacional del Chaco.  Nació en la década de 1940, hija de una emigrante polaca y de un argentino de sangre española y toba.
Su infancia fue difícil, apretada con varios hermanos menores en una pequeña casilla de cemento y chapa y en donde los alimentos más frecuentes fueron la polenta, el pescado de los arroyos vecinos y el vino tinto.
El calor de los días y el agobio durante las noches por parte de un primo que con ellos también vivía, la hizo pensar en huir.
A los 15 años le propuso a un vecino algunos pocos años mayor, que se fueran a Rosario. Alguien los llevó a Resistencia “…y allí le hicimos dedo a uno que llevaba tablones de madera hacia el sur, por la Ruta 11”  Pero a la entrada a Santa Fe, el camionero no pudo evitar a otro vehículo, que venía en sentido contrario, y hubo un gran accidente: los tablones desparramados por la calzada y su compañero muerto.
Con varias heridas y una pierna rota, fue trasladada a un hospital santafesino donde pudo volver a caminar, con una pequeña renguera, luego de más de dos meses internada.
Durante su estadía allí, aprendió a obtener ciertos favores. El mejor plato de comida era para ella, si el cocinero descubría que bajo el camisón provisto por el Estado provincial, estaba desnuda.
Cuando los médicos le dieron el “alta”, el cocinero le dio un papel con una dirección.  Luego de tocar el timbre y que la atendiera una mujer grande y flaca, se encontró con 5 o 6 chicas, que vivían en el fondo. “Aquí, si no te hacés la rebelde, la pasás bien …” le dijo una de ellas “.. siempre hay comida y hasta podemos comprar, cada tanto, algo de ropa.”
Vivió dos años en Santa Fe. No la trataban mal y entre las otras chicas hizo amigas, pero no le gustaba la situación de depender siempre del dinero escaso, que se repartía los lunes. Se dio cuenta que si fuera su propia patrona, otra sería la situación.
Rufino Calandra era un cliente que se llegaba por la casa al menos una vez por semana y siempre pedía por ella. Una noche mientras fumaban ambos un cigarrillo en la cama, él le propuso irse a Bahía Blanca y Elsa vio su oportunidad.  Sin planes para más adelante, una noche subieron al tren que los llevó a Buenos Aires y allí tomaron otro hasta que el viento sur les trajo el olor del mar y del puerto.
Los primeros meses fueron buenos. Alquilaron en Ingeniero White una pieza con un baño y un espacio para cocinar que alternaba con otros vecinos. Todo era muy reducido, pero a Elsa le pareció un palacio, cuando pensaba en la habitación compartida en Santa Fe o en la casilla del Chaco.
Desde las cinco o seis de la tarde, se paseaba por las calles cercanas al muelle y volvía cuando amanecía el día siguiente. Allí cansada, volcaba sobre el cajón que le servía de mesa de luz, los billetes y las monedas que la noche le había proporcionado. Rufino contaba meticulosamente la recaudación y la guardaba en el armario.
Diez años vivieron allí; Rufino una mañana se despertó cuando ella llegaba y desde la cama le propuso cambiar de ambiente. “Este lugar ya no es para nosotros; me dicen que más al sur hay grandes esperanzas”  Y así era, la economía de los últimos años del gobierno militar y una competencia creciente, estaban afectando los ingresos de Elsa y ya Bahía Blanca no era lo que
había sido antes.
Empacaron sus pocas cosas y tomaron un ómnibus que luego de largas horas los depositó en un Puerto Santa Cruz oscuro y ventoso, pero que ya al día siguiente percibieron con esperanzas. Era el verano de 1979 y el año anterior se había inaugurado el muelle de Punta Quilla, un proyecto que hacía décadas había dormido en los escritorios de funcionarios en Río Gallegos y de Buenos Aires. Ahora parecía haber llegado el momento del inicio de la pesca y la explotación del petróleo afuera en el mar, actividades con las que siempre fue relacionado el proyecto
Punta Quilla se llama así porque allí fue donde se reparó la quilla del Beagle, la nave que llevaba al capitán Fitz Roy y a un todavía ignorado naturalista llamado Darwin, en un espectacular viaje alrededor del mundo. Durante los meses de la reparación, Darwin, el capitán y varios de la tripulación, remontaron el río Santa Cruz, llegando casi a su naciente en el gran lago Argentino.
A Elsa le fue bien allí. Vivió en una casa, ahora completa, y trabajó en otra sobre la Av. Piedrabuena, aguas arriba de su intersección con el Boulevard Roca. Para que no hubiese dudas de la actividad desarrollada allí, a la noche se prendía en el frente una pequeña lamparita con pintura roja.
Abrió una caja de ahorros en la sucursal local del Banco de la Nación y al año siguiente compró un auto pequeño y usado.
Pero el que anduvo mal fue Rufino. Luego de dos inviernos muy largos y duros y con varias internaciones por enfermedades pulmonares, agravados por la gran cantidad de cigarrillos fumados, decidieron nuevamente cambiar de lugar. “Un lugar con algo mas de calor, pero siempre cerca del mar, pues allí nos ha ido bien y me gusta la tristeza del chillar de las gaviotas cuando amanece.”
Se decidieron por San Antonio Oeste. Llegaron en Octubre de 1983 y estaba por inaugurarse el puerto nuevo y todo estaba por hacer. A los pocos días, Elsa y Rufino lograron el uso de una casa que había sido de obreros constructores del muelle y ella acordó con 3 mujeres un régimen de reparto de ingresos con liquidación diaria.
El acuerdo dejó satisfecho a todos, inclusive al nuevo gobierno democrático pues, en palabras de un funcionario de la Administración Provincial del Puerto “…sin la presencia de un buen burdel, esto no era un puerto en serio”.
El lugar pasó a llamarse la Casa de Paulette, pues era este el nombre que había adquirido Elsa. Junto al nuevo status, el tiempo le proporcionó varios centímetros mas a su cintura y su pelo, que había sido oscuro y que se mantenía rubio a fuerza de tinturas, ahora mostraba vetas blancas.
El puerto, construido allí aprovechando un rincón de aguas azules y profundas del Golfo San Matías, se dedicó a la carga de la fruta del valle del río Negro con destino a Brasil, USA y a Europa. Esto aseguró la presencia de gran cantidad de buques y hombres de diversas nacionalidades, base del negocio.
El Municipio de San Antonio, buscando el desarrollo turístico de su balneario, entregaba en Las Grutas terrenos fiscales a bajo precio y con facilidades de pago. Sobre uno de estos construyó Elsa tres departamentos pequeños y prolijos y los ofreció en alquiler. Actualmente, retirada de la actividad, estos ingresos “…equivalen a la jubilación, que nunca tuve”.
Rufino, derrumbado por sus pulmones, falleció hace una década.



sábado, 4 de junio de 2011

Vida de aventuras


Pedro Dobrée
Volvía cansado y descalzo hacia su casa luego de una tarde soleada cazando pájaros en las barrancas al norte del puerto. En un recodo se enfrentó, bajo la sombra de la arboleda a la vera del camino, con el carromato gitano. Su curiosidad creció cuando olió la comida en la olla sobre el fuego y escuchó la invitación a acercarse.
“Conocerás otros mares y tu vida será una aventura tras otra...” le dijeron luego de haber mirado largo rato la sucia palma de su mano. Excitado se levantó y casi sin detenerse corrió hasta su casa, a pocos metros desde donde las olas del mar se rompían contra las rocas de la costa, produciendo, noche tras noche, el ruido áspero que invadía la oscuridad.
James George Bynnon había nacido en el otoño de 1798 en Swansea, la pequeña ciudad de ceramistas, metalúrgicos, pescadores y marineros de alta mar, sobre la costa del Canal de Bristol, hacia el poniente de la tierra de Gales. Al cumplir 17 años había conocido como grumete bajo la bandera de Inglaterra, las costas de la China, de la India y el Mar del Japón. En Londres, en 1815, frecuentó a quien luego había de colaborar con la expedición al Alto Perú de San Martín: Lord Cochcrane. Con él viajó a Chile y se alistó como guardiamarina en la recientemente formada escuadra chilena: tenía 20 años.  Intervino en el asalto a El Callao y al mando de tres pequeñas falúas de desembarco, apresó una fragata española en Guayaquil.
Vuelto a Chile se mantuvo involucrado en las luchas independistas y logró su ascenso a Teniente, participando en los reiterados ataques a la resistencia española en Valdivia.
Finalizada la guerra de la independencia chilena, se le encomienda llevar una nave a Buenos Aires. Es la “Chacabuco”, que había sido facilitado por el gobierno argentino para la campaña militar en Chile y Perú.
Una tarde, en la casa de una familia porteña se sorprende con el caluroso recibimiento que se le otorga a Guillermo Brown y a su esposa, cuando ingresa el matrimonio al salón donde se está por servir la cena a los invitados. Rápidamente intima con el Almirante, atraídos ambos por sus experiencias comunes de lucha en el mar, contra tormentas y hombres.
En Buenos Aires se siente bien. La comunidad británica del puerto lo recibe, el ambiente incipientemente cosmopolita le apetece y aparecen oportunidades de actividad comercial navegando por el Paraná y cruzando el Plata a Montevideo.
Pero el comercio no es lo que necesita este pequeño galés para llenar sus horas y acude a Brown para que este le otorgue la posibilidad de volver a la acción. Ahora en plena guerra con el Brasil, el gobierno argentino ha entregado doce patentes de corso en blanco al héroe de Martín García y Los Pozos. Estos han de servir para hostilizar la escuadra enemiga y provocar caos en el comercio de la costa brasileña.
Una de estas patentes es para Bynnon.  Con ella vuelve al mar y a la lucha; otra vez el olor de la pólvora y el ruido de los disparos mezclados con el de las velas al viento. Otra vez un enemigo adelante; otra vez la posibilidad del acto heroico en defensa de la causa perdida.
Ha vuelto al puente de mando de la “Chacabuco” y sus instrucciones son ir a Carmen de Patagones. Desde allí deberá atacar a los barcos enemigos y colaborar en la defensa del pequeño puerto argentino que desde el norte de la Patagonia, ofrecía un débil flanco a la estrategia del enemigo.
El Carmen ve incrementada su población con marineros, mercenarios, tripulaciones apresadas y negros liberados. En las casas del pequeño caserío hay bienes de lujo que difícilmente existan en Buenos Aires y que fueron robados a los barcos brasileros; en el muelle de madera sobre el río se oye el barullo de muchos idiomas. 
En el verano de 1827 Bynnon se encuentra en el estuario del río Negro. Desde allí, se han dedicado a pelear a los brasileros y a protagonizar la actividad marítima del puerto.  Durante alguna de sus salidas a alta mar, el puerto ha sido visitado por una nave de la flota brasilera con la excusa de requerir leña y agua potable. Vuelto a El Carmen, su impresión, discutida con pares y oficiales, es que ha sido una visita de espionaje y que pronto habrá una invasión.
Durante uno de los primeros días de Marzo, un centinela del fuerte en tierra avisa haber visto la fragata “Itaparica”. Bynnon rápidamente sube a cubierta y manda llamar a los capitanes de los barcos que lo acompañan en la ría.  Sobre la misma cubierta se reúnen y reciben las instrucciones.  En cuanto las tropas brasileñas desembarcan, Bynnon ataca a sus navíos encerrados en un río desconocido y de escaso calado. Capturadas las naves, el galés también va a tierra con un número relativamente importante de marinería y ataca por la retaguardia a las tropas invasoras. Humo, disparos, gritos de dolor, gritos de victoria, sombreros en el aire; el fiero enemigo está entregando sus banderas de batalla y el pequeño fortín se ha salvado.
En diciembre del mismo 27, Bynnon llega a Buenos Aires con su botín: oficiales y tropa apresada y varias naves para incorporar a la flota naval de Brown.
Terminada la guerra, se dispone a participar nuevamente de las actividades sociales y comerciales de Buenos Aires y así lo hace hasta el año 1835. Pero en ese año recibe una oferta del gobierno chileno: incorporarse nuevamente a la Marina de Guerra de ese país.  La tentación es grande y no puede resistir; allí obtiene el grado de Vicealmirante y se constituye en Segundo Comandante de la Flota Nacional. Muere a los 40 años, en Santiago de Chile.
La profecía de la lejana Gales se ha cumplido.
Podría objetarse a la gitana no haber previsto que muchos años después, una pequeña población en el extremo sur de América – Carmen de Patagones - decidiera identificar a una de sus calles principales con su nombre. Un homenaje a su valor y protagonismo.
Pero esta objeción no podrá restarle mérito a la adivina: el pequeño James conoció muchos mares y en su vida una aventura no hizo mas que seguir a la siguiente.