lunes, 17 de noviembre de 2014

Sentimiento Patagónico


Les voy a contar tres anécdotas y luego les comentaré porque me parecen importantes.
Hace un par de semanas viajé, solo en mi automóvil,  a la ciudad de Viedma desde el Alto Valle del río Negro. Después de almorzar en una de los restaurantes sobre la ruta en Choele Choel, cruzar la isla y avanzar unos cuantos kilómetros hacia el sur, llegando al lugar en donde el camino cruza por encima del canal que lleva el agua potable desde el río en Pomona hasta San Antonio Oeste y Las Grutas, empecé a tener sueño. Hoy con la velocidad que tienen los vehículos en estos largos y estrechos caminos, hay pocas cosas más peligrosas que la de luchar contra la modorra mientras se maneja.  En este lugar - un faldeo poco antes de llegar desde el norte al paraje de El Solito, donde se bifurca la ruta hacia Viedma y hacia San Antonio y Sierra Grande - hay un bosquecillo donde los aburridos viajeros saben parar a descansar.
Me aparté de la ruta y estacioné preparándome para dormir unos minutos. Al hacer esto vi que ingresaba al predio un largo camión cargado de fardos de alfalfa.  El camión también estacionó y su conductor bajó a ajustar la carga y revisar las cubiertas. Decidí bajarme del auto y caminar hasta el camión, buscando un poco de charla y disfrutando de una hermosa tarde de sol y una suave brisa del sur.
Inicié la conversación preguntando hacia donde se dirigía. Me contestó que iba a Las Heras, al norte de Santa Cruz y que venía de una chacra cercana a la población de Luis Beltrán, donde había logrado comprar el pasto, pues este año ya no quedaba a precios razonables en el valle del Chubut y se había visto forzado a buscar más al norte. Me contó que tenía en Las Heras una forrajería y que los fardos eran para revender a los pobladores de la zona. Que esa noche dormía en las inmediaciones de Comodoro Rivadavia y que al día siguiente pensaba  estar en su casa nuevamente.
Yo le comenté que supe tener parientes viviendo en Las Heras y que ahora vivían en El Bolsón, a lo cual me contestó que los conocía y que esperaba ver a uno de mis sobrinos en pocos días. Le recomendé que le mencionara nuestro encuentro y antes de separarnos hicimos algunos comentarios sobre las dificultades para conseguir gas oil al sur del río Chubut, el estado de la Ruta 3 en toda su larga extensión y sobre los avances en la pavimentación de la Ruta 40, al norte de El Calafate. Deseándonos mutuamente suerte, nos saludamos y nos separamos.
La conversación y el aire fresco me habían quitado la modorra y decidí seguir viaje, para llegar a destino antes que se pusiera el sol. Por el espejo retrovisor vi que el camión también reiniciaba su marcha.
El segundo hecho se produjo en Puerto Madryn, adonde estuve en la primavera del año pasado, para asistir a un congreso al cual fui invitado.
Llegué una mañana algo fría y lluviosa a la estación de ómnibus de esta ciudad que tanto me gusta, y luego de depositar mi valija en uno de esos hermosos hoteles que se elevan sobre la costanera, me presenté en el recinto del Congreso. A mediodía fui a almorzar a uno de los tantísimos restaurantes del lugar; estaba solo, pues aún no había tenido tiempo de establecer las relaciones que tan útiles e interesantes, suelen proveer los congresos.
En la mesa más cercana a la mía, comían un matrimonio con sus dos hijos; con facilidad entablamos una conversación. Eran de Río Gallegos y me dijeron que con frecuencia viajaban a Madryn y el Valle Inferior del Chubut porque les gustaba mucho, tenían esperanza de ver ballenas, el marido hacía algo de pesca embarcado y la esposa visitaba parientes descendientes de los colonos galeses. Todo esto justificaba, ampliamente, el largo viaje desde la capital santacruceña. Yo comenté que vivía en Cipolletti, que había nacido en Santa Cruz y que conocía muy bien la Ruta 3. Coincidimos en que nos habíamos alojado ya varias veces en un pequeño y simpático hotel en Rada Tilly, con lo que evitábamos el intenso tráfico de la zona central de Comodoro Rivadavia y nos admiramos, ellos y yo, del extraordinario crecimiento de Madryn y de su cosmopolitismo, tan distinto al resto de las poblaciones costeras de la Patagonia. Comenté de amigos  y de parientes en Gallegos, varios de ellos también conocidos de ellos. Terminamos de comer con una sensación de tener cosas en común, a pesar de no conocernos de antemano.
La última anécdota sucedió cuando viajaba con mi esposa por la ruta 40, desde Alto Río Mayo hacia Perito Moreno. Habíamos llegado a la primera población con intenciones de cargar allí combustible. Cuando nos arrimamos a la única estación de servicio del pueblo, nos dijeron que no había más nafta y que no habría hasta el día siguiente por la tarde. Hice una estimación de lo que había en el tanque y volvimos sobre la ruta; pero a unos 10 kilómetros de Perito, el motor de nuestro automóvil estornudó y paró.
Permanecimos sobre la ruta unos quince minutos, cuando desde el sur apareció un auto que frenó;  su conductor, que luego supimos había salido a “dar una vuelta” acompañado por su esposa, su suegra y un pequeño caniche desde el asiento trasero, nos preguntó si nos hacía falta algo. Luego de haberle yo explicado las circunstancias, me dijo que estábamos cerca del obrador de la empresa que pavimentaba la ruta y que allí trabajaba un hijo; iría hasta allí y le pediría un poco de nafta. A los 10 o 15 minutos estaba de vuelta con un bidón.
Mientras que con cuidado introducíamos el líquido en el tanque, conversamos. Cuando le comenté que yo era oriundo de Puerto Santa Cruz, pero que hacía tiempo que me había ausentado, me dijo que era jubilado de Prefectura Marítima y que había vivido varios años allí. Rápidamente pasamos listas de las personas mutuamente conocidas y recordamos algunos hechos de la historia del pueblo.

A manera de hipótesis, digo que estas anécdotas exteriorizan algunos rasgos de lo que pudiera llamarse cultura patagónica. La sensación de las lejanías, la soledad quebrada por un aferrarse a las relaciones sociales, las dificultades en los traslados y el aislamiento de las poblaciones y la solidaridad en las desérticas y extensas ruta. Finalmente una actitud, inconsciente, que reconoce en los demás la pertenencia a un mismo gran grupo, habitantes de una región particular del país y que se enorgullece de ello.
Pedro Dobrée
pdobree@neunet.com.ar