Les voy a contar tres anécdotas y luego les comentaré porque
me parecen importantes.
Hace un par de semanas viajé, solo en mi automóvil, a la ciudad de Viedma desde el Alto Valle del
río Negro. Después de almorzar en una de los restaurantes sobre la ruta en
Choele Choel, cruzar la isla y avanzar unos cuantos kilómetros hacia el sur,
llegando al lugar en donde el camino cruza por encima del canal que lleva el
agua potable desde el río en Pomona hasta San Antonio Oeste y Las Grutas,
empecé a tener sueño. Hoy con la velocidad que tienen los vehículos en estos
largos y estrechos caminos, hay pocas cosas más peligrosas que la de luchar
contra la modorra mientras se maneja. En
este lugar - un faldeo poco antes de llegar desde el norte al paraje de El
Solito, donde se bifurca la ruta hacia Viedma y hacia San Antonio y Sierra
Grande - hay un bosquecillo donde los aburridos viajeros saben parar a
descansar.
Me aparté de la ruta y estacioné preparándome para dormir
unos minutos. Al hacer esto vi que ingresaba al predio un largo camión cargado
de fardos de alfalfa. El camión también
estacionó y su conductor bajó a ajustar la carga y revisar las cubiertas.
Decidí bajarme del auto y caminar hasta el camión, buscando un poco de charla y
disfrutando de una hermosa tarde de sol y una suave brisa del sur.
Inicié la conversación preguntando hacia donde se dirigía. Me
contestó que iba a Las Heras, al norte de Santa Cruz y que venía de una chacra
cercana a la población de Luis Beltrán, donde había logrado comprar el pasto,
pues este año ya no quedaba a precios razonables en el valle del Chubut y se
había visto forzado a buscar más al norte. Me contó que tenía en Las Heras una
forrajería y que los fardos eran para revender a los pobladores de la zona. Que
esa noche dormía en las inmediaciones de Comodoro Rivadavia y que al día
siguiente pensaba estar en su casa
nuevamente.
Yo le comenté que supe tener parientes viviendo en Las Heras
y que ahora vivían en El Bolsón, a lo cual me contestó que los conocía y que
esperaba ver a uno de mis sobrinos en pocos días. Le recomendé que le
mencionara nuestro encuentro y antes de separarnos hicimos algunos comentarios
sobre las dificultades para conseguir gas oil al sur del río Chubut, el estado
de la Ruta 3 en toda su larga extensión y sobre los avances en la pavimentación
de la Ruta 40, al norte de El Calafate. Deseándonos mutuamente suerte, nos
saludamos y nos separamos.
La conversación y el aire fresco me habían quitado la modorra
y decidí seguir viaje, para llegar a destino antes que se pusiera el sol. Por
el espejo retrovisor vi que el camión también reiniciaba su marcha.
El segundo hecho se produjo en Puerto Madryn, adonde estuve
en la primavera del año pasado, para asistir a un congreso al cual fui
invitado.
Llegué una mañana algo fría y lluviosa a la estación de
ómnibus de esta ciudad que tanto me gusta, y luego de depositar mi valija en
uno de esos hermosos hoteles que se elevan sobre la costanera, me presenté en
el recinto del Congreso. A mediodía fui a almorzar a uno de los tantísimos
restaurantes del lugar; estaba solo, pues aún no había tenido tiempo de
establecer las relaciones que tan útiles e interesantes, suelen proveer los
congresos.
En la mesa más cercana a la mía, comían un matrimonio con sus
dos hijos; con facilidad entablamos una conversación. Eran de Río Gallegos y me
dijeron que con frecuencia viajaban a Madryn y el Valle Inferior del Chubut
porque les gustaba mucho, tenían esperanza de ver ballenas, el marido hacía
algo de pesca embarcado y la esposa visitaba parientes descendientes de los
colonos galeses. Todo esto justificaba, ampliamente, el largo viaje desde la
capital santacruceña. Yo comenté que vivía en Cipolletti, que había nacido en Santa
Cruz y que conocía muy bien la Ruta 3. Coincidimos en que nos habíamos alojado
ya varias veces en un pequeño y simpático hotel en Rada Tilly, con lo que
evitábamos el intenso tráfico de la zona central de Comodoro Rivadavia y nos
admiramos, ellos y yo, del extraordinario crecimiento de Madryn y de su
cosmopolitismo, tan distinto al resto de las poblaciones costeras de la
Patagonia. Comenté de amigos y de
parientes en Gallegos, varios de ellos también conocidos de ellos. Terminamos
de comer con una sensación de tener cosas en común, a pesar de no conocernos de
antemano.
La última anécdota sucedió cuando viajaba con mi esposa por
la ruta 40, desde Alto Río Mayo hacia Perito Moreno. Habíamos llegado a la
primera población con intenciones de cargar allí combustible. Cuando nos
arrimamos a la única estación de servicio del pueblo, nos dijeron que no había
más nafta y que no habría hasta el día siguiente por la tarde. Hice una
estimación de lo que había en el tanque y volvimos sobre la ruta; pero a unos 10
kilómetros de Perito, el motor de nuestro automóvil estornudó y paró.
Permanecimos sobre la ruta unos quince minutos, cuando desde
el sur apareció un auto que frenó; su
conductor, que luego supimos había salido a “dar una vuelta” acompañado por su
esposa, su suegra y un pequeño caniche desde el asiento trasero, nos preguntó
si nos hacía falta algo. Luego de haberle yo explicado las circunstancias, me
dijo que estábamos cerca del obrador de la empresa que pavimentaba la ruta y
que allí trabajaba un hijo; iría hasta allí y le pediría un poco de nafta. A
los 10 o 15 minutos estaba de vuelta con un bidón.
Mientras que con cuidado introducíamos el líquido en el
tanque, conversamos. Cuando le comenté que yo era oriundo de Puerto Santa Cruz,
pero que hacía tiempo que me había ausentado, me dijo que era jubilado de
Prefectura Marítima y que había vivido varios años allí. Rápidamente pasamos
listas de las personas mutuamente conocidas y recordamos algunos hechos de la
historia del pueblo.
A manera de hipótesis, digo que estas anécdotas exteriorizan
algunos rasgos de lo que pudiera llamarse cultura patagónica. La sensación de
las lejanías, la soledad quebrada por un aferrarse a las relaciones sociales,
las dificultades en los traslados y el aislamiento de las poblaciones y la
solidaridad en las desérticas y extensas ruta. Finalmente una actitud,
inconsciente, que reconoce en los demás la pertenencia a un mismo gran grupo,
habitantes de una región particular del país y que se enorgullece de ello.
Pedro Dobrée
pdobree@neunet.com.ar
Pedro Dobrée
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