sábado, 27 de diciembre de 2014

Un patagónico en Londres


Por dónde empezar a contar las impresiones de la ciudad? Teniendo en cuenta que es enorme y que es la primera vez que lo visito? Que lo he visto con los ojos grandes y sorprendidos, porque no estoy acostumbrado a semejante espectáculo?  Probablemente por donde ingresamos, por el aeropuerto, donde aterrizó el avión que, haciendo escala en San Pablo, ha viajado toda la noche y parte de la mañana desde Buenos Aires.
Heathrow, una estructura inmensa con 6 terminales, cada una con dimensiones que permiten pensar que tienen el mérito suficiente como para llamarse un aeropuerto por si; con trenes que vinculan las más distantes, algunas con hoteles, con anchas y larguísimas galerías por donde se transita con “caminadores”, con escaleras mecánicas y ascensores que comunican niveles de enormes alturas. Con negocios, cafés y restaurantes simpáticos, alegres y sofisticados. Sorprendiendo por la poca gente que circula, lo que lleva a pensar que el estudio de flujos realizado para el proyecto arquitectónico, ha sido maravilloso. Y todo con un, llamativo, juego de señalamientos que impide, con solo conocer los números arábigos, algunos iconos universales y no más de 10 palabras del inglés, perderse en tamaño laberinto y llegar al lugar en donde uno necesita estar.
De allí en un tren cómodo y rápido se llega al centro de la ciudad; 20 minutos a la mítica estación Paddington, por ejemplo.
Lo que nos llamó la atención la primera tarde fue la ausencia de olor a humo y la visibilidad en las calles. En la década del 70, averigüé luego, se prohibió la quema de carbón para calefaccionar edificios y viviendas y ha desaparecido el famoso “smog” londinense[1]. Queda la niebla, y durante un par de los días en que estuvimos allí, los últimos pisos de algunos de los pocos edificios altos del centro, desaparecieron entre las nubes. Pero abajo, al nivel de las aceras y de los vehículos, no existe más la atmósfera famosa de Jack el Destripador o del Sr. Hyde.
Mencioné los pocos edificios altos del centro de esta gran ciudad. Es cierto, Londres es una ciudad de edificios bajos. En este sentido no es Nueva York, ni San Pablo, ni Buenos Aires. Por el contrario, es como generalmente son otras ciudades europeas de historia medieval. No como  las de América, que buscan prestigio construyendo pisos sobre pisos, buscando competir en altura. A escala, hasta nuestras Neuquén o Comodoro Rivadavia participan de esta carrera. Londres es distinto.
Londres es la capital del mundo y en sus calles y en sus negocios y en sus museos y castillos, se encuentran personas proveniente de cuanto lugar en la tierra que puedas imaginar. Se escucha hablar en muchísimos idiomas en boca de gente llegada de Laos y Nicaragua, de Marruecos y Singapur, o de Montenegro o Letonia. Hay  restaurantes, cafés y bistrós de Islandia, del Líbano, de Italia, de la India y de Bangladesh, de China, de Japón y de Malasia, de España, de México y de Francia. No vi ninguna parilla argentina, pero sospecho que debe haber.
Se me ocurrió que una forma de imaginar Londres, era la de pensar que la ciudad era la nave espacial de la serie, famosa en los años 1970 y 80, llamada “Viaje a las Estrellas”. Algunos recordarán a la tripulación, que representaba a distintas razas y naciones de la tierra. En Londres falta solo el Dr. Spock, o al menos yo no lo vi.
Si esta visión no es suficientemente convincente, recomiendo visitar el Museo Británico. Allí hay piezas de todos los rincones de la tierra destacándose las de Egipto: sarcófagos, momias, estatuas, gigantescas portadas de piedra, papiros y - siempre rodeada de gran cantidad de visitantes - la Piedra Roseta. Pero también hay colecciones de Grecia y de Roma, de las islas del Pacífico, del Ártico, de las costas de Normandía, del norte de África y de las culturas incaicas. Allí está, en todo su ostentación, el Imperio.
Londres es una ciudad que atrae y que atrapa, pero también confunde. No existen, como tampoco en las tramas urbanas de otras ciudades de edades medievales, las cuadrículas, que tanto nos ayudan en América a saber dónde estamos y a orientarnos en nuestras caminatas.
Si se pregunta por la distancia de un punto a otro cercano, la respuesta puede ser “7 minutos de caminata” o si es lejano, la cantidad de minutos que demanda caminar hasta la estación más cercana del sistema de subterráneos u ómnibus o ferrocarril. Todos estos funcionan muy bien y cubren perfectamente la ciudad.
Las calles son Streets, Roads, Mews, Terraces, Alleys y Avenues. Las primeras son angostas, las segundas son más importantes y las últimas son como las que conocemos nosotros.
Las “Mews” son calles angostas y simpáticas que se ubican en áreas de construcción de viviendas importantes de los siglos XVIII y XIX, particularmente la época victoriana, de no más de 100 o 150 metros de largo, orilladas por las construcciones que albergaban a los caballos, los carruajes y a los sirvientes relacionados con estos otros dos ítems, todos propiedad de los habitantes vecinos. Hoy muchas han sido refuncionalizados en forma muy agradable y representan, en términos de su demanda inmobiliaria, un sector de muy alto valor.
La palabra “terrace” tiene una variedad de sentidos. Quiere decir terraza, como las conocemos aquí, o la explanada delante de una vivienda importante con parque o el área horizontalizada para la siembra de variedades de pasturas o cereales en zonas rurales de faldeos o pendientes pronunciadas. En los ámbitos estrictamente urbanos, es también un conjunto de viviendas angostas de tres, cuatro o de cinco pisos de alto, todas iguales y adheridas unas a otras por paredes medianeras. La palabra se aplica a estas construcciones o también a la calle pública que está frente a ella. El hotel donde parábamos  tenía la dirección siguiente: Devonshire Terrace 27. Y el hotel conformaba una “terrace” junto a otros edificios en un sector de cien a ciento cincuenta metros de largo.
Finalmente están las “alleys”. Estas son cortadas angostas, mayormente peatonales, que completan el tejido de la ciudad. Algunas son tan angostas que hasta es difícil transitar por ellas empujando una carretilla. Hay que agregar a este caos, la inexistencia de cuadras, la enormidad de la ciudad, la terrible circunstancia de la circulación vehicular por la izquierda y que en Londres la mayoría de las calles, aún las angostas,  son de doble mano.
Los parques son fantásticos; producto del clima, de la acción municipal y del cuidado con que la gente circula entre monumentos y estatuas sorprendentes.
Un párrafo merece la amabilidad de las personas para con el resto de quienes transitan. Preguntar por una dirección o una modalidad de transporte recibe una respuesta sonriente, inmediata y eficaz. Basta con mostrar una cara que trasmita sensación de desorientación, para que alguien pregunte que necesita. Y si Ud. sube al tren con aspecto de avanzada edad o alguna discapacidad,  rápidamente hay quien cede su asiento.
Impacta la antigüedad de Londres, sobretodo en una persona que vivió siempre en ciudades cuya historia recién empieza. En Patagonia las ciudades nacieron recién ayer y en Argentina anteayer, y Londres tiene miles de años[2].  Y sobre mojado llovido, pues es conocida la tendencia británica a ser tradicionalista y conservadora. Londres mantiene esta impronta en variados aspectos. Uno de ellos es el institucional y político. Ejemplo de ello es el “ward”, circunscripción electoral cuyo nacimiento como manifestación de gobierno local, independiente del rey, data de los años 1200[3] y que con modificaciones no sustanciales se respeta aún hoy.
Otra manifestación de este rasgo de personalidad ciudadana, es el de los nombres de calles, de parques y de estaciones del subterráneo. Recuerda Peter Ackroyd en “London”, una excelente  biografía de la ciudad, que hay nombres sumamente viejos como es el de la calle Knightrider, que ya tiene aproximadamente 2.000 años. La calle Blackfriars, cuya traducción es “monjes negros”, hace referencia a los Dominicos, cuya abadía fue construida a su vera en 1278 y destruida luego, en épocas de la Reforma. En 1576 Shakespeare construyó sobre esa calle su Blackfriars Theater.   Varios de los actuales nombres de las estaciones del ferrocarril subterráneo, hacen referencia a las puertas de entrada a la ciudad, existentes cuando esta estaba rodeada de una muralla medieval.
Finalmente,  para no aburrir al lector, incluiré un solo aspecto más: la faceta teatral de la ciudad. Hay que recordar que Londres es la ciudad de Shakespeare y Jonson, y que aún antes de ellos hubo teatro popular. Y en tiempos modernos Londres es la cuna de Jesucristo Superstar, de Evita, de Cats, y el ámbito de acción de músicos como Tim Rice, de autores como Noel Coward y de la gran escuela shakesperiana de actores.
Pero no es solo en los edificios “ad hoc” que hay teatro. También lo hay en las calles y esta sensación de teatralidad está vigente en el cambio de guardia del Palacio de Buckingham, en las pelucas de los magistrados y en los uniformes de los Beefeaters, que son los guardias de la Torre. La población también participa de los grandes eventos y prueba de ello han sido, entre otros, el Jubileo de la Reina actual y el velorio de la Princesa Diana, luego de su trágica muerte, donde cientos de miles de londinenses y turistas, como en una gran superproducción, actuaron de extras, que con rostros acongojados cubrieron de luto la ciudad.
Pedro Dobrée
Cipolletti, Diciembre de 2014
pdobree@neunet.com.ar








[1] Además la ciudad ha desplazado en los últimos 50 años buena parte de su actividad industrial contaminante, reemplazándola por una muy fuerte presencia de servicios financieros
[2] Hay registros anteriores a la conquista romana de la isla Albión
[3] Esta acción fue parte del proceso de incremento del poder burgués frente al Rey, en los años de Juan sin Tierra y la aparición de la Carta Magna.