Los aburridos días del Comisario Rosalino Carmona al frente
de la Comisaría de Colonia Las Heras en el norte de la Provincia de Santa Cruz,
cada tanto se interrumpen con algún hecho de sangre. El comisario, que es un
consumidor fanático de las series de televisión con temática criminal, se
siente protagonista de las investigaciones.
Orgulloso de su nuevo éxito, me ha contado lo que ocurrió
hace no muchos días.
El comisario Rosalino Carmona miraba como se introducía el
fino polvillo de la calle en el ambiente que él llamaba su despacho. Las muy
pequeñas partículas se hacían evidentes cuando cruzaban por el rayo de luz que
producía el sol mañanero que penetraba por la ventana, solo parcialmente
opacada por una cortina raída. Miraba esto mientras abstraído, chupaba la
bombilla del mate en la primera sesión de la mañana y escuchaba el ruido del
viento en la calle y entre las ramas de los árboles de la vereda.
El espectáculo lo irritaba; el polvo sobre los muebles, sobre
los papeles y expedientes de la oficina y sobre el piso, que lo notaba aún con
los toscos borceguíes del uniforme. Este polvillo lo irritaba y lo ponía de mal
humor durante el resto del día. Ayer había estado la mujer que había contratado
para hacer la limpieza de la Comisaría de Colonia Las Heras y ahora la tendría
que llamar nuevamente. Con los fondos de la Caja Chica, que le había dispuesto
las autoridades de Río Gallegos, podía llamarla una vez por semana. Pero él la
hacía venir dos y hasta tres veces en la semana, y el trabajo extra que le
encargaba, lo pagaba él de su propio sueldo “…de no ser así, esto sería una
mugre permanente” explicaba ante los sorprendidos agentes de la dotación.
Porque no era ese día solo, ni varios repartidos en una época
del año. Solían pasar muchas jornadas seguidas en los cuales el viento no
cesaba; de día y de noche, siempre lo mismo. Probablemente algo más en las
épocas de “los deshielos” y “del pasto nuevo” como su abuela le decía a la
primavera que los tehuelches desdoblaban en dos: una primera parte de fin del
invierno e inicio de primavera y una segunda que empezaba a mediados de Octubre
y que finalizaba temprano en Diciembre. Tampoco cesaba en la “del huevo de
avestruz y de los chulengos” y en donde los días calmos solían aparecer más
frecuentemente, sobre todo hacia el final, cuando se ingresaba a lo que los
huincas llamaban otoño. Luego sí se espaciaban los días ventosos en la época
del frío y de la nieve, pero en ese tiempo la molestia del viento era
reemplazada por la del frío y, frecuentemente, por el hambre, porque disminuía
la caza y los caballos estaban más débiles.
Se preguntaba a menudo si Colonia Las Heras era el destino
más ventoso que había experimentado y se respondía que si; aún peor que Bajo
Caracoles, donde había tanto o más viento, pero con menos tierra. Las Heras era
mucho más polvoriento: por la gran cantidad de baldíos descuidados, por el
desmonte de los campos aledaños a la ciudad, donde la gente que no tenía gas en
sus hogares, cortaban leña para cocinar y para calefacción en los largos días
fríos del invierno. Y por los vehículos en la zona urbana; Comodoro Rivadavia o
Río Gallegos eran ciudades más grandes, con muchísimos más automóviles, pero en
Las Heras había gran cantidad de camionetas que la gente del petróleo conducía
a gran velocidad, lo que trituraba las capas arcillosas de las calles y que
luego levantaban con facilidad el viento. Las arterias pavimentadas eran pocas
y el servicio de riego municipal hacía algún esfuerzo, pero los resultados eran
decididamente magros.
“Si me vieran los viejos indios, los padres de mi madre y los
padres de ellos, se matarían de la risa, viendo como uno de su sangre se molesta
con la tierra ingresando a su albergue”. Por momentos se imaginaba las
risotadas de un grupo de indios, reunidos en algún lugar de los campos de
El°al, mirándolo desde lo alto, burlándose.
“En que piensa Jefe?” preguntó el agente Mileson, que era
quien cebaba el mate, ante la rara expresión en la cara del oficial.
“En lo que tenemos que hacer hoy – Rosalino Carmona cambio su
cara y trató de adoptar la de un oficial de la Policía de Santas Cruz,
concentrado en su deber – tú te vas ahora a la mañana con la camioneta y lo
llevas al Jorge Bringas que tenemos acá atrás, a la alcaldía de Puerto Deseado,
como ordenó el Juez Machado Molina. Llévate un agente contigo, pero lo eliges
vos de entre los que hoy no estén de licencia. Mientras yo me quedo aquí y
escribo el último informe sobre este tema del abigeato en los campos de
veranada de La Campana; luego lo mando por mail al Fiscal. Y además poné más
pilas en cebar mate, que no vamos a estar toda la mañana con este trámite”. A
la par de hablar, hacía señas con su mano para que el ayudante se apurara en
cebar otro mate de la pava negra que mantenía en el borde de la hornalla del
anafe.
Mileson le entregó el mate a su superior y se levantó para
comenzar con las actividades diarias. Cerró la puerta y Rosalino, girando su
silla, enfrentó su notebook para proseguir con el informe que ya había empezado
la tarde anterior.
No habían pasado 10 minutos cuando abrió la puerta el agente
Lastreto “Jefe, hablaron por teléfono denunciando la aparición de un cadáver en
la puerta de una vivienda de la calle Moreno”
“Quién
es?” Preguntó Rosalino, levantando la
cabeza del teclado.
“No lo sé, pero es un femenino” volvió a hablar Lastreto, sin
moverse de la puerta.
Detrás de Lastreto apareció Mileson, llevando del brazo a
Bringas que estaba esposado “… lo acompaño al lugar de los hechos?”
“No …no. Llévate como te dije al prisionero; yo iré solo” A Mileson se le notó la decepción en la cara
pero calló y empujó a Bringas hacia la puerta que daba a la calle.
Con la gorra encajada para que no se vuele con el viento,
Carmona salió tras ellos y subió a la segunda camioneta de la repartición. La
mejor de las dos unidades era la que se había llevado Mileson. Era nueva y la
guardaban para viajes largos, mientras que la que llamaban la segunda, ya tenía
muchos kilómetros hechos, el motor gastaba aceite y había momentos en que no arrancaba.
No le resultó difícil llegar al lugar donde se encontró el
cuerpo, que aún estaba tendido sobre el piso de una cocina comedor, al cual se
accedía por la puerta que daba a la calle.
La vivienda la identificó rápidamente porque la calle Moreno era una de
las periféricas de la ciudad y en esa cuadra era la única. Había además cinco
personas paradas en la vereda delante de la puerta que lo saludaron cuando
llegó y le abrieron paso para que pudiera acercarse al cadáver.
En dos lugares tenía rota la blusa en el pecho y en ambas
había brotado sangre en forma abundante, que luego había corrido por las juntas
de los mosaicos amarillos del piso. De la cintura hasta los tobillos se cubría
con un pantalón deportivo y los pies estaban desnudos; un par de chinelas
raídas estaban en el piso cerca. La mujer era joven, de formas redondeadas sin ser
obesa. El Comisario no quiso tocar el cuerpo hasta no llegara la gente de la
ambulancia del hospital, a quienes él mismo había llamado. “No son gran cosa en
materia forense – meditó Rosalino – pero no es cuestión de meterse en su
trabajo”.
Se incorporó y miró a su alrededor. Una cocina pequeña con
una mesada y usa sola canilla, cerca del horno y de las tres hornallas. Una
alacena con la puerta abierta resguardando pocas cosas: alguna vajilla con buen
uso y unos recipientes con algún alimento; el Comisario identificó un paquete
de yerba y otro de tallarines secos, un frasco con azúcar y otro con,
probablemente, arroz. En el centro de la sala una mesa con un viejo mantel
amarillo y cuatro sillas.
Haciendo señas a los curiosos para que no se acercaran, el
Comisario revisó el resto de la casa. Un dormitorio con una cama de plaza y
media sin hacer y un baño con un inodoro sin tapa, un lavamanos y una ducha con
una cortina sucia; al lado de la ducha, un calefón eléctrico que había conocido
épocas mejores. Toda la casa necesitaba de ventilación y, para el gusto de
Carmona, una buena limpieza.
A los pocos minutos apareció la ambulancia y las dos personas
que llegaron con ella bajaron una camilla y la colocaron al lado del cuerpo.
Antes de moverlo miraron al Comisario preguntando que debían hacer. “Llévenla
pronto a la Morgue y díganle al Dr. Canosa que quiero un informe completo y una
buena estimación de la hora de la muerte” Mientras cargaban el cadáver, el
oficial sacó del bolsillo de su campera azul un celular “Che, Lastreto, hay
alguien contigo en la Comisaría”. Como la respuesta fue positiva continuó “Venite
para acá … te necesito”.
Cuando Lastreto llegó, le pidió que se pare en la puerta de
la vivienda e impida que los curiosos ingresen. Y luego, sin curiosos y sin
cadáver, Carmona dedicó media hora a una
cuidadosa inspección de la vivienda. La ropa de cama, un placar algo
desvencijado, la mesa de luz, el botiquín del baño y la alacena en la cocina
fueron revisados, sin resultados que llamaran la atención. Tomó nota en una
pequeña libreta que guardaba en su bolsillo de algunas cosas. En la mesa de luz
había encontrado el documento de identidad de la occisa y anotó: Cristina
Huanquitreo, 32 años, nacida en Lago Posadas, soltera.
“Te quedás vigilando el lugar … yo luego te envío un recambio
desde la Comisaría” Con esto como saludo para su subordinado, Carmona subió a
la camioneta y volvió a su despacho. El tiempo seguía igual y al final de la
primera cuadra tuvo que frenar momentáneamente, porque ráfagas de viento y
tierra le impedía ver hacia adelante.
Durante el resto de la mañana terminó el informe y revisó
papeles del funcionamiento interno de la Comisaría. Estaba por ir al bar de Bahamondes
para almorzar, cuando lo llamó a su celular el Dr. Canosa.
“Uno de los cuchillazos le perforó el corazón y ese es el
motivo de su muerte… el otro resbaló sobre las costillas … murió entre la una y
las tres de la madrugada … tiene preguntas?”.
“No había rastros de piel de otra persona bajo las uñas?
otros golpes en el cuerpo? algo que le llamara la atención?” “Ni rastros ni golpes, pero – contestó el
médico – la chica tenía un embarazo de 12 semanas”.
“Estará allí la madre del borrego? Le agradezco como siempre
Doc; después páseme el informe por escrito como adjunto a un mail, que yo luego
lo tendré que reenviar al fiscal de Caleta. Gracias nuevamente.”
Cuando volvió del Bar Bahamondes había llegado el agente
Mileson. “Todo bien Jefe, entregamos el paquete; el Comisario Segura de Caleta,
le manda saludos”
“Gracias – contestó Rosalino – vení sentate, qué sabes de
Cristina Huanquitreo?”
“Poco Comisario –
Mileson le gustaba que le hicieran preguntas sobre sus
conocimientos del pueblo, pues sentía
que esto era su especialidad – hace algún tiempo que vive aquí; llegó con su
madre pero ella murió el invierno pasado … vive sola pero hay dos o tres novios
que la visitan”.
Rosalino se enderezó en su silla “Dame la lista de los
novios: nombre, ocupación, forma de contactarlos y otros datos que te parezcan
interesantes.”
El cielo se había nublado y el viento seguía fuerte. Rosalino
llenó su jarra enlosada con yerba y puso la pava a calentar; con lentitud
introdujo la bombilla hasta el fondo de la jarrita y sacó la pava del fuego
para verter delicadamente un fino chorro de agua caliente sobre la bombilla, en
su intersección con el plano de la yerba más superficial. “Esto me ayuda a
pensar … “, le ha sabido decir a quienes trabajan con él.
“Aquí le hice la lista Comisario; en la computadora para que
me entienda la letra” entró hablando fuerte Mileson
Mayorino Valdez, peón de campo, unos 30 años, soltero,
trabaja frecuentemente en la Estancia La Cruz del Sur y viene al pueblo una vez
por mes, es borracho y pendenciero.
Juan Cruz Malow, comerciante de Colonia Las Heras, casado con
dos hijos, debe tener cerca de 45 años, no creo que la esposa sepa de su
amistad con Cristina.
Felipe Cancio, empleado de la Empresa Provincial de Servicios
Públicos, 38 años, soltero, vive en una casa de la Provincia, dice que se
quiere casar con Cristina, pero por el momento debe atender a su madre con
quien vive, pues está muy enferma.
“Por lo que vi en la casa de la finada, no me parece que el
robo sea motivo y me inclino más por lo que se sabe llamar un crimen pasional –
le dijo el Comisario a su ayudante – Voy a interrogar a cada uno de ellos. Te
pido que me averigües donde está Valdez”.
Como a las 4 de la tarde ambos uniformados subieron a la
camioneta de la Comisaría y partieron para la estancia La Cruz del Sur. “Valdez
está allí, pues están esquilando ojos y lo conchabaron para ayudar” había
informado Mileson, siempre atento a las noticias de campo y ciudad que
circularan en bares y almacenes.
Luego de andar por más de media hora por una huella que
viboreaba entre la mata negra y el pasto coirón, llegaron al casco de la
estancia y a los corrales en donde se estaban esquilando ojos a cerca de 1.000
capones. No era la primera vez que Rosalino veía realizar este trabajo, en el
que admiraba la habilidad de las personas para agarrar las ovejas, sentarlas en
el piso del corral, inmovilizarlas con las piernas y con una tijera de mano,
cortarle la lana que rodeaba los ojos, sin producir una sola herida en una
cabeza que intentaba escapar de la posición en que lo aprisionaba, todo en
cuestiones de segundos. Esta tarea era de gran importancia porque la oveja cuya
lana le cubre los ojos, no ve el pasto y baja de peso y hasta puede morir.
Cuando frenaron la camioneta delante del corral principal,
Rosalino se bajó y saludó a Pipino Lamarca, el capataz de la estancia. “Venimos
a conversar unos minutos con Valdez” Pipino se dio vuelta y gritó “Mayorino, te
buscan”. En el centro del corral un hombre alto, vestido con una bombacha gris,
sucia de tierra, alpargatas, boina vasca y una camisa de lanilla azul, se
enderezó y caminó hacia los policías. “Como anda Comisario? y vos Mileson? Qué
los trae por el campo?” y los tres ceremoniosamente se dieron la mano.
“Sabías de la muerte de Cristina Huanquitreo?” La cara
sorprendida de Valdez parecía sincera. “Por Dios, no. Cómo murió?
“Dónde estabas anoche, desde la caída del sol hasta el
amanecer?” lo interrumpió el Comisario.
“Acá, durmiendo. Nos acostamos temprano, cansados luego de un
día entero de trabajo, pues salimos temprano a caballo a rodear el campo del
alto y llegamos de vuelta cerca del medio día. Comimos y durante toda la tarde
esquilamos ojos. El capataz puede decir si miento o no”.
La
conversación duró poco más y luego Pipino confirmó los dichos de Valdez;
Rosalino, diciendo que tenía cosas que hacer antes de que finalizara el día, se
despidió y ambos policías subieron nuevamente a la camioneta.
Cuando llegaban nuevamente a Las Heras, Carmona miró su
reloj. “Son las 9 de la noche; podemos pasar a visitar a Malow, debe estar por
cerrar su negocio y me gustaría hablar con él antes de que llegara devuelta a
la casa”.
Malow sabía de la muerta de la mujer. Cuando el Comisario preguntó
donde había estado la noche anterior contestó “…en Caleta Olivia; acabo de
llegar en el ómnibus de la Coop. Sportman: en el que llega a las 20.30 . Allí
me fui antes de ayer en el que sale de Las Heras a las 20.45 y llega a Caleta a
las 23 y 10. Estuve en el Hotel Guttero. Fui a hacer compras para el negocio y
pueden decir que todo esto es cierto tanto la gente de la Cooperativa, como la
del hotel”.
El comisario terminó la conversación apurado. “Vamos a lo de
Cancio …“ le dijo a Mileson cuando subió a la camioneta cuando el viento había
disminuido y la luz del día comenzó a faltar. Cruzaron el centro y llegaron
pronto al Barrio Malaspina. Mileson preguntó en un almacén de la esquina de la
calle Malvinas Argentinas donde vivía Cancio y le indicaron que estaba a mitad
de la siguiente cuadra. Golpearon las
manos y entreabrió la puerta un hombre de mediana estatura, lentes y cuerpo
delgado.
Cancio pidió que se sentaran en la cocina y pidió que se
hablara en voz baja “…la vieja acaba de dormirse… hoy ha tenido un mal día”. Se
sorprendió cuando le dijeron que se había muerto Cristina “ …hoy no salí … y no
hablé con nadie. En la empresa estoy de licencia.”
“Qué donde estuve? Pues aquí. Mamá tosió toda la noche y yo
casi no he dormido”. “Yo a Cristina la quería pero no podía casarme con ella,
me debo a mi madre y no puedo dedicarme a otra cosa”
Rosalino se puso incómodo cuando vio que el hombre comenzaba
a llorar. Le hizo señas a Mileson y ambos se levantaron y salieron a la calle.
Mas tarde en el despacho del Comisario, mientras comían un
sándwich de mortadela y queso en remedo de una cena, repasaban la información
obtenida hasta ese momento.
“De los tres – dijo Carmona – el que menos pinta de candidato
tiene, para mi, es Valdez; no lo veo viniendo al pueblo a caballo, matando la
chica y luego volviendo. El que le sigue es Malow, cuyo motivo podría ser que
su esposa no lo descubra como padre del embarazo de Cristina”
“Pero tiene una buena coartada” apuntó Mileson.
“Es cierto, pero el que no tiene una buena coartada y podría
tener motivos si Cristina lo hubiera apurado, es Cancio. La figura de la madre,
dominante estimo, le está provocando problemas. Bueno, ahora cada uno a
descansar: no se vos, pero yo no puedo pensar si estoy con sueño”.
A la mañana siguiente Rosalino caminó hasta la Comisaría,
Durante la noche el viento había calmado y la mañana era hermosa. Cuando llegó
y saludó al agente en la sala de guardia preguntó por Mileson. “Aca estoy Jefe”
le contestaron y vio que el agente nombrado
sacaba la cabeza de un mueble que destinaban al archivo de expedientes.
“Decime che, tiene auto el comerciante Malow?
“Si, un Gol modelo 2014, color gris oscuro. Lo compró hace
pocos meses”.
“Y porque no lo uso para ir a Caleta? Se lo dejó a la esposa?
Estaba descompuesto?
Mileson pensó unos instantes “Me parece que ella no maneja”
Carmona se mostraba agitado. “Vamos a visitarlo, estará ya en
el negocio?”
“Queremos
hacerle una pregunta y nos llevará poco tiempo – le dijo Rosalino al ser
recibido por Malow – cuándo fue a Caleta, porque no fue en su auto?
“Lo había
llevado hace unos días para hacerle hacer
una revisión general y pensaba traerlo cuando volví ahora, pero a último
momento no me sentí bien y decidí dejarlo. Este fin de semana lo voy a buscar”.
La explicación parecía lógica, pero al Comisario le quedó dudas que no supo
definir.
“Donde lo
dejó en Caleta?”
“En el
taller de Málaga y Simestrone, siempre lo llevo allí” fue la respuesta.
Carmona saludó y en compañía de Mileson se volvió a la calle.
Ya en su despacho, Carmona llamó al teléfono de la Comisaría de Caleta y pidió
hablar con el Oficial a cargo, a quien conocía de la época de la Escuela de Policía
de Río Gallegos. “Necesito un gran favor, podés averiguarme a que día y a qué
hora, entregaron en el taller de Málaga y Simestrone un auto Gol, gris oscuro a
su dueño, Juan Cruz Malow?”
A la tarde tuvo la respuesta: la habían entregado la mañana
siguiente a la noche en que su propietario llegara a Caleta Olivia.
O sea que Malow tenía el auto y bien pudo viajar la noche del
asesinato a Las Heras cometer el femicidio contra su amante y volver. El
trayecto de punta a punta no podía llevar mas de 2 horas pues hasta Pico
Truncado la calzada estaba en buen estado y luego desde allí hasta Caleta
Olivia el camino era malo, pero con cuidado se podía transitar bien. En el
hotel no registrarían la salida de Malow y si lo hicieran, no llamaría la
atención la ausencia nocturna de un pasajero que está sin familia, por unos
pocos días en Caleta. Esta teoría Rosalino la desplegó en beneficio de Mileson
y este no hizo otra cosa que asentir con la cabeza y decir “… Ud. es un genio
Jefe”.
“Tenemos una explicación de lo que podría haber pasado, pero
no tenemos pruebas; llamá al Comisario de Caleta de mi parte y pedile que le
averigüen con que kilometraje salió el auto del taller y que lo busquen y lo
revisen”
Era ya tarde cuando desde la Comisaría de Caleta enviaron un correo
electrónico avisando que habían encontrado el auto y que lo abrieron. En su
interior descubrieron una camisa de hombre con manchas de sangre. El
kilometraje marcaba 290 kilómetros desde que fue entregado desde el taller
“…justa la cantidad necesaria para ir de una ciudad a otra, ida y vuelta -
pensó Carmona – y me juego que cuando analicemos la sangre de la camisa,
encontraremos que es de la finada”.
Abrumado, Malow confesó. Cristina lo amenazaba con hacer
conocer su paternidad e inventó todo el mecanismo para poder llevar a cabo el
asesinato, pero teniendo una coartada con abundantes testigos.
Rosalino hizo un extenso informe para el fiscal y cruzó los
dedos, esperando que la apertura del automóvil de Malow sin orden judicial, no
fuera percibido como una falta de disciplina.
Cipolletti,
Diciembre de 2015