viernes, 25 de diciembre de 2015

Rosalino Carmona y la muerte de una amante

Los aburridos días del Comisario Rosalino Carmona al frente de la Comisaría de Colonia Las Heras en el norte de la Provincia de Santa Cruz, cada tanto se interrumpen con algún hecho de sangre. El comisario, que es un consumidor fanático de las series de televisión con temática criminal, se siente protagonista de las investigaciones.
Orgulloso de su nuevo éxito, me ha contado lo que ocurrió hace no muchos días.


El comisario Rosalino Carmona miraba como se introducía el fino polvillo de la calle en el ambiente que él llamaba su despacho. Las muy pequeñas partículas se hacían evidentes cuando cruzaban por el rayo de luz que producía el sol mañanero que penetraba por la ventana, solo parcialmente opacada por una cortina raída. Miraba esto mientras abstraído, chupaba la bombilla del mate en la primera sesión de la mañana y escuchaba el ruido del viento en la calle y entre las ramas de los árboles de la vereda.
El espectáculo lo irritaba; el polvo sobre los muebles, sobre los papeles y expedientes de la oficina y sobre el piso, que lo notaba aún con los toscos borceguíes del uniforme. Este polvillo lo irritaba y lo ponía de mal humor durante el resto del día. Ayer había estado la mujer que había contratado para hacer la limpieza de la Comisaría de Colonia Las Heras y ahora la tendría que llamar nuevamente. Con los fondos de la Caja Chica, que le había dispuesto las autoridades de Río Gallegos, podía llamarla una vez por semana. Pero él la hacía venir dos y hasta tres veces en la semana, y el trabajo extra que le encargaba, lo pagaba él de su propio sueldo “…de no ser así, esto sería una mugre permanente” explicaba ante los sorprendidos agentes de la dotación.
Porque no era ese día solo, ni varios repartidos en una época del año. Solían pasar muchas jornadas seguidas en los cuales el viento no cesaba; de día y de noche, siempre lo mismo. Probablemente algo más en las épocas de “los deshielos” y “del pasto nuevo” como su abuela le decía a la primavera que los tehuelches desdoblaban en dos: una primera parte de fin del invierno e inicio de primavera y una segunda que empezaba a mediados de Octubre y que finalizaba temprano en Diciembre. Tampoco cesaba en la “del huevo de avestruz y de los chulengos” y en donde los días calmos solían aparecer más frecuentemente, sobre todo hacia el final, cuando se ingresaba a lo que los huincas llamaban otoño. Luego sí se espaciaban los días ventosos en la época del frío y de la nieve, pero en ese tiempo la molestia del viento era reemplazada por la del frío y, frecuentemente, por el hambre, porque disminuía la caza y los caballos estaban más débiles.
Se preguntaba a menudo si Colonia Las Heras era el destino más ventoso que había experimentado y se respondía que si; aún peor que Bajo Caracoles, donde había tanto o más viento, pero con menos tierra. Las Heras era mucho más polvoriento: por la gran cantidad de baldíos descuidados, por el desmonte de los campos aledaños a la ciudad, donde la gente que no tenía gas en sus hogares, cortaban leña para cocinar y para calefacción en los largos días fríos del invierno. Y por los vehículos en la zona urbana; Comodoro Rivadavia o Río Gallegos eran ciudades más grandes, con muchísimos más automóviles, pero en Las Heras había gran cantidad de camionetas que la gente del petróleo conducía a gran velocidad, lo que trituraba las capas arcillosas de las calles y que luego levantaban con facilidad el viento. Las arterias pavimentadas eran pocas y el servicio de riego municipal hacía algún esfuerzo, pero los resultados eran decididamente magros.
“Si me vieran los viejos indios, los padres de mi madre y los padres de ellos, se matarían de la risa, viendo como uno de su sangre se molesta con la tierra ingresando a su albergue”. Por momentos se imaginaba las risotadas de un grupo de indios, reunidos en algún lugar de los campos de El°al, mirándolo desde lo alto, burlándose.
“En que piensa Jefe?” preguntó el agente Mileson, que era quien cebaba el mate, ante la rara expresión en la cara del oficial.
“En lo que tenemos que hacer hoy – Rosalino Carmona cambio su cara y trató de adoptar la de un oficial de la Policía de Santas Cruz, concentrado en su deber – tú te vas ahora a la mañana con la camioneta y lo llevas al Jorge Bringas que tenemos acá atrás, a la alcaldía de Puerto Deseado, como ordenó el Juez Machado Molina. Llévate un agente contigo, pero lo eliges vos de entre los que hoy no estén de licencia. Mientras yo me quedo aquí y escribo el último informe sobre este tema del abigeato en los campos de veranada de La Campana; luego lo mando por mail al Fiscal. Y además poné más pilas en cebar mate, que no vamos a estar toda la mañana con este trámite”. A la par de hablar, hacía señas con su mano para que el ayudante se apurara en cebar otro mate de la pava negra que mantenía en el borde de la hornalla del anafe.
Mileson le entregó el mate a su superior y se levantó para comenzar con las actividades diarias. Cerró la puerta y Rosalino, girando su silla, enfrentó su notebook para proseguir con el informe que ya había empezado la tarde anterior.
No habían pasado 10 minutos cuando abrió la puerta el agente Lastreto “Jefe, hablaron por teléfono denunciando la aparición de un cadáver en la puerta de una vivienda de la calle Moreno”
“Quién es?”  Preguntó Rosalino, levantando la cabeza del teclado.
“No lo sé, pero es un femenino” volvió a hablar Lastreto, sin moverse de la puerta.
Detrás de Lastreto apareció Mileson, llevando del brazo a Bringas que estaba esposado “… lo acompaño al lugar de los hechos?”
“No …no. Llévate como te dije al prisionero; yo iré solo”  A Mileson se le notó la decepción en la cara pero calló y empujó a Bringas hacia la puerta que daba a la calle.
Con la gorra encajada para que no se vuele con el viento, Carmona salió tras ellos y subió a la segunda camioneta de la repartición. La mejor de las dos unidades era la que se había llevado Mileson. Era nueva y la guardaban para viajes largos, mientras que la que llamaban la segunda, ya tenía muchos kilómetros hechos, el motor gastaba aceite  y había momentos en que no arrancaba.
No le resultó difícil llegar al lugar donde se encontró el cuerpo, que aún estaba tendido sobre el piso de una cocina comedor, al cual se accedía por la puerta que daba a la calle.  La vivienda la identificó rápidamente porque la calle Moreno era una de las periféricas de la ciudad y en esa cuadra era la única. Había además cinco personas paradas en la vereda delante de la puerta que lo saludaron cuando llegó y le abrieron paso para que pudiera acercarse al cadáver.
En dos lugares tenía rota la blusa en el pecho y en ambas había brotado sangre en forma abundante, que luego había corrido por las juntas de los mosaicos amarillos del piso. De la cintura hasta los tobillos se cubría con un pantalón deportivo y los pies estaban desnudos; un par de chinelas raídas estaban en el piso cerca. La mujer era joven, de formas redondeadas sin ser obesa. El Comisario no quiso tocar el cuerpo hasta no llegara la gente de la ambulancia del hospital, a quienes él mismo había llamado. “No son gran cosa en materia forense – meditó Rosalino – pero no es cuestión de meterse en su trabajo”.
Se incorporó y miró a su alrededor. Una cocina pequeña con una mesada y usa sola canilla, cerca del horno y de las tres hornallas. Una alacena con la puerta abierta resguardando pocas cosas: alguna vajilla con buen uso y unos recipientes con algún alimento; el Comisario identificó un paquete de yerba y otro de tallarines secos, un frasco con azúcar y otro con, probablemente, arroz. En el centro de la sala una mesa con un viejo mantel amarillo y cuatro sillas.
Haciendo señas a los curiosos para que no se acercaran, el Comisario revisó el resto de la casa. Un dormitorio con una cama de plaza y media sin hacer y un baño con un inodoro sin tapa, un lavamanos y una ducha con una cortina sucia; al lado de la ducha, un calefón eléctrico que había conocido épocas mejores. Toda la casa necesitaba de ventilación y, para el gusto de Carmona, una buena limpieza.
A los pocos minutos apareció la ambulancia y las dos personas que llegaron con ella bajaron una camilla y la colocaron al lado del cuerpo. Antes de moverlo miraron al Comisario preguntando que debían hacer. “Llévenla pronto a la Morgue y díganle al Dr. Canosa que quiero un informe completo y una buena estimación de la hora de la muerte” Mientras cargaban el cadáver, el oficial sacó del bolsillo de su campera azul un celular “Che, Lastreto, hay alguien contigo en la Comisaría”. Como la respuesta fue positiva continuó “Venite para acá … te necesito”.
Cuando Lastreto llegó, le pidió que se pare en la puerta de la vivienda e impida que los curiosos ingresen. Y luego, sin curiosos y sin cadáver, Carmona  dedicó media hora a una cuidadosa inspección de la vivienda. La ropa de cama, un placar algo desvencijado, la mesa de luz, el botiquín del baño y la alacena en la cocina fueron revisados, sin resultados que llamaran la atención. Tomó nota en una pequeña libreta que guardaba en su bolsillo de algunas cosas. En la mesa de luz había encontrado el documento de identidad de la occisa y anotó: Cristina Huanquitreo, 32 años, nacida en Lago Posadas, soltera.
“Te quedás vigilando el lugar … yo luego te envío un recambio desde la Comisaría” Con esto como saludo para su subordinado, Carmona subió a la camioneta y volvió a su despacho. El tiempo seguía igual y al final de la primera cuadra tuvo que frenar momentáneamente, porque ráfagas de viento y tierra le impedía ver hacia adelante.
Durante el resto de la mañana terminó el informe y revisó papeles del funcionamiento interno de la Comisaría. Estaba por ir al bar de Bahamondes para almorzar, cuando lo llamó a su celular el Dr. Canosa.
“Uno de los cuchillazos le perforó el corazón y ese es el motivo de su muerte… el otro resbaló sobre las costillas … murió entre la una y las tres de la madrugada … tiene preguntas?”.
“No había rastros de piel de otra persona bajo las uñas? otros golpes en el cuerpo? algo que le llamara la atención?”  “Ni rastros ni golpes, pero – contestó el médico – la chica tenía un embarazo de 12 semanas”.
“Estará allí la madre del borrego? Le agradezco como siempre Doc; después páseme el informe por escrito como adjunto a un mail, que yo luego lo tendré que reenviar al fiscal de Caleta. Gracias nuevamente.”

Cuando volvió del Bar Bahamondes había llegado el agente Mileson. “Todo bien Jefe, entregamos el paquete; el Comisario Segura de Caleta, le manda saludos”
“Gracias – contestó Rosalino – vení sentate, qué sabes de Cristina Huanquitreo?”
“Poco Comisario –  Mileson le gustaba que le hicieran preguntas sobre sus conocimientos  del pueblo, pues sentía que esto era su especialidad – hace algún tiempo que vive aquí; llegó con su madre pero ella murió el invierno pasado … vive sola pero hay dos o tres novios que la visitan”.
Rosalino se enderezó en su silla “Dame la lista de los novios: nombre, ocupación, forma de contactarlos y otros datos que te parezcan interesantes.”
El cielo se había nublado y el viento seguía fuerte. Rosalino llenó su jarra enlosada con yerba y puso la pava a calentar; con lentitud introdujo la bombilla hasta el fondo de la jarrita y sacó la pava del fuego para verter delicadamente un fino chorro de agua caliente sobre la bombilla, en su intersección con el plano de la yerba más superficial. “Esto me ayuda a pensar … “, le ha sabido decir a quienes trabajan con él.
“Aquí le hice la lista Comisario; en la computadora para que me entienda la letra” entró hablando fuerte Mileson
Mayorino Valdez, peón de campo, unos 30 años, soltero, trabaja frecuentemente en la Estancia La Cruz del Sur y viene al pueblo una vez por mes, es borracho y pendenciero.
Juan Cruz Malow, comerciante de Colonia Las Heras, casado con dos hijos, debe tener cerca de 45 años, no creo que la esposa sepa de su amistad con Cristina.
Felipe Cancio, empleado de la Empresa Provincial de Servicios Públicos, 38 años, soltero, vive en una casa de la Provincia, dice que se quiere casar con Cristina, pero por el momento debe atender a su madre con quien vive, pues está muy enferma.
“Por lo que vi en la casa de la finada, no me parece que el robo sea motivo y me inclino más por lo que se sabe llamar un crimen pasional – le dijo el Comisario a su ayudante – Voy a interrogar a cada uno de ellos. Te pido que me averigües donde está Valdez”.
Como a las 4 de la tarde ambos uniformados subieron a la camioneta de la Comisaría y partieron para la estancia La Cruz del Sur. “Valdez está allí, pues están esquilando ojos y lo conchabaron para ayudar” había informado Mileson, siempre atento a las noticias de campo y ciudad que circularan en bares y almacenes.
Luego de andar por más de media hora por una huella que viboreaba entre la mata negra y el pasto coirón, llegaron al casco de la estancia y a los corrales en donde se estaban esquilando ojos a cerca de 1.000 capones. No era la primera vez que Rosalino veía realizar este trabajo, en el que admiraba la habilidad de las personas para agarrar las ovejas, sentarlas en el piso del corral, inmovilizarlas con las piernas y con una tijera de mano, cortarle la lana que rodeaba los ojos, sin producir una sola herida en una cabeza que intentaba escapar de la posición en que lo aprisionaba, todo en cuestiones de segundos. Esta tarea era de gran importancia porque la oveja cuya lana le cubre los ojos, no ve el pasto y baja de peso y hasta puede morir.
Cuando frenaron la camioneta delante del corral principal, Rosalino se bajó y saludó a Pipino Lamarca, el capataz de la estancia. “Venimos a conversar unos minutos con Valdez” Pipino se dio vuelta y gritó “Mayorino, te buscan”. En el centro del corral un hombre alto, vestido con una bombacha gris, sucia de tierra, alpargatas, boina vasca y una camisa de lanilla azul, se enderezó y caminó hacia los policías. “Como anda Comisario? y vos Mileson? Qué los trae por el campo?” y los tres ceremoniosamente se dieron la mano.
“Sabías de la muerte de Cristina Huanquitreo?” La cara sorprendida de Valdez parecía sincera. “Por Dios, no. Cómo murió?
“Dónde estabas anoche, desde la caída del sol hasta el amanecer?” lo interrumpió el Comisario.
“Acá, durmiendo. Nos acostamos temprano, cansados luego de un día entero de trabajo, pues salimos temprano a caballo a rodear el campo del alto y llegamos de vuelta cerca del medio día. Comimos y durante toda la tarde esquilamos ojos. El capataz puede decir si miento o no”.
La conversación duró poco más y luego Pipino confirmó los dichos de Valdez; Rosalino, diciendo que tenía cosas que hacer antes de que finalizara el día, se despidió y ambos policías subieron nuevamente a la camioneta.
Cuando llegaban nuevamente a Las Heras, Carmona miró su reloj. “Son las 9 de la noche; podemos pasar a visitar a Malow, debe estar por cerrar su negocio y me gustaría hablar con él antes de que llegara devuelta a la casa”.
Malow sabía de la muerta de la mujer. Cuando el Comisario preguntó donde había estado la noche anterior contestó “…en Caleta Olivia; acabo de llegar en el ómnibus de la Coop. Sportman: en el que llega a las 20.30 . Allí me fui antes de ayer en el que sale de Las Heras a las 20.45 y llega a Caleta a las 23 y 10. Estuve en el Hotel Guttero. Fui a hacer compras para el negocio y pueden decir que todo esto es cierto tanto la gente de la Cooperativa, como la del hotel”.
El comisario terminó la conversación apurado. “Vamos a lo de Cancio …“ le dijo a Mileson cuando subió a la camioneta cuando el viento había disminuido y la luz del día comenzó a faltar. Cruzaron el centro y llegaron pronto al Barrio Malaspina. Mileson preguntó en un almacén de la esquina de la calle Malvinas Argentinas donde vivía Cancio y le indicaron que estaba a mitad de la siguiente cuadra.  Golpearon las manos y entreabrió la puerta un hombre de mediana estatura, lentes y cuerpo delgado.
Cancio pidió que se sentaran en la cocina y pidió que se hablara en voz baja “…la vieja acaba de dormirse… hoy ha tenido un mal día”. Se sorprendió cuando le dijeron que se había muerto Cristina “ …hoy no salí … y no hablé con nadie. En la empresa estoy de licencia.”
“Qué donde estuve? Pues aquí. Mamá tosió toda la noche y yo casi no he dormido”. “Yo a Cristina la quería pero no podía casarme con ella, me debo a mi madre y no puedo dedicarme a otra cosa”
Rosalino se puso incómodo cuando vio que el hombre comenzaba a llorar. Le hizo señas a Mileson y ambos se levantaron y salieron a la calle.
Mas tarde en el despacho del Comisario, mientras comían un sándwich de mortadela y queso en remedo de una cena, repasaban la información obtenida hasta ese momento.
“De los tres – dijo Carmona – el que menos pinta de candidato tiene, para mi, es Valdez; no lo veo viniendo al pueblo a caballo, matando la chica y luego volviendo. El que le sigue es Malow, cuyo motivo podría ser que su esposa no lo descubra como padre del embarazo de Cristina”
“Pero tiene una buena coartada” apuntó Mileson.
“Es cierto, pero el que no tiene una buena coartada y podría tener motivos si Cristina lo hubiera apurado, es Cancio. La figura de la madre, dominante estimo, le está provocando problemas. Bueno, ahora cada uno a descansar: no se vos, pero yo no puedo pensar si estoy con sueño”.
A la mañana siguiente Rosalino caminó hasta la Comisaría, Durante la noche el viento había calmado y la mañana era hermosa. Cuando llegó y saludó al agente en la sala de guardia preguntó por Mileson. “Aca estoy Jefe” le contestaron y vio que el agente nombrado  sacaba la cabeza de un mueble que destinaban al archivo de expedientes. “Decime che, tiene auto el comerciante Malow?
“Si, un Gol modelo 2014, color gris oscuro. Lo compró hace pocos meses”.
“Y porque no lo uso para ir a Caleta? Se lo dejó a la esposa? Estaba descompuesto?
Mileson pensó unos instantes “Me parece que ella no maneja”
Carmona se mostraba agitado. “Vamos a visitarlo, estará ya en el negocio?”
“Queremos hacerle una pregunta y nos llevará poco tiempo – le dijo Rosalino al ser recibido por Malow – cuándo fue a Caleta, porque no fue en su auto?
“Lo había llevado hace unos días para hacerle hacer  una revisión general y pensaba traerlo cuando volví ahora, pero a último momento no me sentí bien y decidí dejarlo. Este fin de semana lo voy a buscar”. La explicación parecía lógica, pero al Comisario le quedó dudas que no supo definir.
“Donde lo dejó en Caleta?”
“En el taller de Málaga y Simestrone, siempre lo llevo allí” fue la respuesta.
Carmona saludó y en compañía de Mileson se volvió a la calle. Ya en su despacho, Carmona llamó al teléfono de la Comisaría de Caleta y pidió hablar con el Oficial a cargo, a quien conocía de la época de la Escuela de Policía de Río Gallegos. “Necesito un gran favor, podés averiguarme a que día y a qué hora, entregaron en el taller de Málaga y Simestrone un auto Gol, gris oscuro a su dueño, Juan Cruz Malow?”
A la tarde tuvo la respuesta: la habían entregado la mañana siguiente a la noche en que su propietario llegara a Caleta Olivia.
O sea que Malow tenía el auto y bien pudo viajar la noche del asesinato a Las Heras cometer el femicidio contra su amante y volver. El trayecto de punta a punta no podía llevar mas de 2 horas pues hasta Pico Truncado la calzada estaba en buen estado y luego desde allí hasta Caleta Olivia el camino era malo, pero con cuidado se podía transitar bien. En el hotel no registrarían la salida de Malow y si lo hicieran, no llamaría la atención la ausencia nocturna de un pasajero que está sin familia, por unos pocos días en Caleta. Esta teoría Rosalino la desplegó en beneficio de Mileson y este no hizo otra cosa que asentir con la cabeza y decir “… Ud. es un genio Jefe”.
“Tenemos una explicación de lo que podría haber pasado, pero no tenemos pruebas; llamá al Comisario de Caleta de mi parte y pedile que le averigüen con que kilometraje salió el auto del taller y que lo busquen y lo revisen”
Era ya tarde cuando desde la Comisaría de Caleta enviaron un correo electrónico avisando que habían encontrado el auto y que lo abrieron. En su interior descubrieron una camisa de hombre con manchas de sangre. El kilometraje marcaba 290 kilómetros desde que fue entregado desde el taller “…justa la cantidad necesaria para ir de una ciudad a otra, ida y vuelta - pensó Carmona – y me juego que cuando analicemos la sangre de la camisa, encontraremos que es de la finada”.
Abrumado, Malow confesó. Cristina lo amenazaba con hacer conocer su paternidad e inventó todo el mecanismo para poder llevar a cabo el asesinato, pero teniendo una coartada con abundantes testigos.
Rosalino hizo un extenso informe para el fiscal y cruzó los dedos, esperando que la apertura del automóvil de Malow sin orden judicial, no fuera percibido como una falta de disciplina.

Cipolletti, Diciembre de 2015