El otro día me ha hablado un amigo para comentar mi libro de
relatos cortos sobre la Patagonia; en la conversación me preguntó quién era
Jack Dobrée, pues en homenaje a él fue escrita la descripción del método
tehuelche de amanse de equinos y su nombre aparece en el subtítulo de la nota
Cuando le contesté que fue mi padre, me recriminó no haber
redactado una semblanza de un personaje que el intuía como interesante.
Reflexionando luego sobre esto, me he dado cuenta que aunque
mi padre está con frecuencia entre líneas en muchos de los relatos publicados,
no aparece claramente en ningún lado y que su vida merece ser expuesta, aunque
más no sea en los modestos escritos de su hijo.
Su madre vivía en una estancia al sur del río Santa Cruz y
cuando el día del parto se acercaba, fue trasladada por su esposo a la ciudad
de Punta Arenas, en el sur de Chile. Jack Dobrée nació entonces en tierra
chilena, en los primeros días del año 1917.
En esos años la gran ciudad capital de la Patagonia era
Punta Arenas. Cosmopolita, con una población importante para la época y la
región, con luz eléctrica y calles con veredas, edificios grandes y jardines,
recibía la visita continua de los buques que cruzaban de un océano a otro
y ofrecía empleo a quienes quisieran
trabajar en sus talleres y astilleros, en la caza de lobos marinos, en la
incipiente burocracia estatal chilena y en la comercialización de la lana y de
la carne de la importante riqueza ganadera de su “interland”. Todo esto entró
en lenta decadencia a partir de la inauguración del canal de Panamá.
A los doce o trece años fue enviado a un colegio inglés en
Buenos Aires donde adquirió una cultura enciclopedista y supo jugar, sin
entusiasmo, al rugby.
Volvió a la Patagonia para acompañar a su madre, pues sus
padres se habían separado. Le fue ofrecida la administración de la estancia
familiar y la gobernó hasta 1954, año en que la compró a su padre y a sus tíos.
Jovial, conversador, tocaba regularmente bien la armónica y
era un excelente silbador. Buen mozo, tuvo éxito con las mujeres de la región,
aunque he sabido escuchar alguna anécdota de cachetazos cuando quiso robar un
beso en la escalerilla del vapor que lo trasladaba de Buenos Aires a Puerto
Santa Cruz.
Pero luego conoció a la hermana de un compañero de colegio y
la invitó a dejar sus tierras cordobesas y vivir en la estepa patagónica. Desde
ese momento se convirtió en un incondicional de su esposa y su fiel compañero.
Aunque nunca participó en política partidaria, su
pensamiento era la de un liberalismo clásico y admitía su admiración por
Churchill. Me acuerdo aún hoy cuando trabajando juntos y cuando recién se había
promulgado la ley nacional de Asignaciones Familiares, me preguntó “…te parece
bien que sea el Estado quien te ayude en la manutención de tus hijos?” La
opinión de él era, obvio, negativa.
Pero a pesar de su férreo individualismo liberal, le
entusiasmaba involucrarse en tareas que tenían que ver con la acción
comunitaria y por varios años fue Presidente de la Sociedad Rural de Santa Cruz
y también Presidente de la Cooperativa de Esquila Los Amigos, que involucraba
un grupo de estancias entre las cuales estaban siempre El Toro de Lewis,
Chicurukaike de Semino, La Vega de Piedrabuena, la Gringa de Rollitt y Vidal y
Doraike, la propia.
Cuando vendió su campo en Santa Cruz y adquirió una franja
de tierra vecina a la de su suegro, fue Presidente por largos años del
Consorcio Rural Caminero de Santa Eufemia y - llama la atención - Presidente de
la Cooperadora Escolar de la escuela rural vecina, a pesar de nunca tener,
mientras allí vivió, hijos o nietos en edad escolar. Asistía a todos los actos con
su esposa, que llevaba siempre una torta hecha con sus manos, para que la
comiesen la docena de alumnos de la institución y la única maestra.
Hábil jinete, le gustaban las tareas de amanse y las
carreras de largo aliento. Fue prestigioso criador de caballos criollos y de
ovinos corriedale. Mostró los resultados de su trabajo en las exposiciones
rurales de Rio Gallegos, Santa Cruz, El Calafate y Río Cuarto. Desplegaba con
orgullo su capacidad de adiestrar perros ovejeros.
Gustaba tomar mate y siempre estaba a la hora en que su
esposa servía el té. Cuando sus hijos éramos pequeños y salíamos en
expediciones durmiendo en carpas, él era el cocinero. En invierno, cuando la
noche se hacía muy temprano y el aire fuera de la casa estaba helado, fabricaba
caramelos y tortas para la familia. Lograba un cordero al asador como pocos y
hacía un muy exquisito avestruz a las piedras. Buen carpintero, era un
trabajador intenso y ordenado.
A pesar de su jovialidad, tuvo en su vida etapas de grandes
depresiones, y el viento y la sequía de la Patagonia lo agobiaban.
Amigo de todos y a todos respetaba. Don Jack, como le
llamaban en los últimos años, fue un hombre querido y admirado; muchos que lo
conocieron lo consideraban un maestro de la vida, entre ellos sus hijos y sus
nietos.
Fue gran lector y gustaba de la poesía de Omar Kayam y de Rudyard
Kipling. Devoraba libros escritos indistintamente en inglés y en español,
generalmente sobre temas referidos a la geografía y a la historia. Hacia el
final quiso escribir sobre las cosas que conocía: la cría de ovejas y de
caballos, la vida de los guanacos en la Patagonia, los pájaros de la estepa,
pero el esfuerzo lo superó. A veces pienso que si hubiera tenido las
facilidades que tenemos hoy en cuanto a la computación y los procesadores de
texto, lo habría logrado.
Cipolletti, Febrero 2015
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