sábado, 4 de abril de 2015

Rosalino Carmona y la jauría de perros


Caminaba sin apuro por entre las jarillas, volviendo de escalar un faldeo a pique que permitía subir a la meseta alta detrás del pueblo. No era andinismo, pero le permitía ejercitar piernas, brazos y pulmones que últimamente permanecían, pensaba todo esto al caminar, demasiado quietos. Desde que lo habían nombrado comisario en Las Heras, había iniciado un sedentarismo que lo preocupaba.
Este fin de semana no había podido viajar a Comandante Luis Piedrabuena, donde vivía su hijo con la madre. Y quedarse en el bar de Chelo, sobre la plaza central, no lo atraía para nada. Se imaginaba sentarse en una de las mesas e inmediatamente encontrarse rodeado con uno o dos o hasta tres personas, que no tendrían otro objetivo que el ser vistos tomando un café con el Comisario del pueblo. Con charlas insulsas sobre temas que no le interesaban; pretendiendo saber detalles de la muerte de los dos albañiles en la fonda de Millamil o de chismes sobre la vida de las chicas que frecuentaban la whiskería “Oasis”.
Mucho más atractivo le resultaba salir a caminar por el desierto, particularmente esta tarde, inusualmente agradable; solo una brisa cálida, un cielo con pocas nubes que proveía de buena luz y, ahora que regresaba, un atardecer que proyectaba largas sombras y daba varios colores azules a las bardas que se destacaban sobre el horizonte y cuya intensidad del color dependía de su lejanía. Había escuchado el canto de al menos cinco calandrias y un par de martinetas levantaron su  esforzado vuelo cuando pasó por el lugar donde estaban refugiadas. Había almorzado un par de sándwiches sentado sobre el pasto, a orillas de un menuco, en un valle ancho que bajaba suavemente hacia el río Deseado.
Cuando ya estaba aproximándose a las primeras construcciones del acceso desde Perito Moreno al pueblo, vio la camioneta de la repartición acercarse. “Levanta demasiada tierra - pensó para si - debe viajar a una velocidad superior a la permitida en el radio urbano”. Cuando el vehículo se puso a la par, frenó demasiado violentamente para el gusto de Rosalino y se bajó el agente Mileson, con cara que denotaba excitación,.
“Comisario, apareció un muerto”
El oficial demoró unos instantes para contestar, como esperando que el otro se calme. “Quién es y dónde fue?”
“Leandro Sevilla, el hijo más chico de la dueña del video club de la plaza San Martín ... encontraron el cuerpo a dos kilómetros del pueblo, camino a Caleta Olivia”.
“Quién lo encontró?”
“Llegaron unos chicos corriendo a la comisaría; habían estado cazando pájaros…” contestó Mileson “Yo subí a la camioneta y fui con ellos al lugar. Fue difícil reconocerlo, porque estás muy mordido por perros.”
“Los perros lo mataron?” pregunto Carmona y Mileson asintió moviendo la cabeza. “Llamastes a la ambulancia? donde está el cuerpo ahora?”
“Llamé a la ambulancia y el cuerpo debe estar ahora en la morgue del hospital; deben estar esperando sus indicaciones”. Mileson puso cara de estar satisfecho consigo mismo y sonrió a su superior.
Carmona fue hasta la puerta del acompañante y se sentó en la camioneta, Mileson hizo lo mismo, pero del lado del volante. Sin palabras, puso en marcha el motor y rumbearon para la calle del hospital.
Cuando el comisario ingresó al edificio y se acercó a la morgue, el Dr. Canosa salió a recibirlo. “Es un desastre, está todo mordido y desfigurado” le informó el médico luego de haberlo saludado.
Carmona miró rápidamente al cuerpo tendido en la camilla; estaba desnudo, tapado solo con una sábana. Le faltaba una porción importante del muslo izquierdo y del antebrazo del mismo lado. Ese lado de la cara, el cuello y el pecho estaban también muy dañados. En las partes indicadas, como el médico hacía notar, la piel y los músculos faltantes habían sido arrancados, evidentemente, por los dientes de animales carnívoros.
“Causa de la muerte?”  El Doctor Canosa lo miró extrañado. “Mordeduras reiteradas por varios perros, una jauría. Le abrieron la yugular” informó. “Ha muerto anoche, alrededor de la medianoche”.
“Qué raro – comentó Rosalino – nunca vi una cosa así; será que soy un comisario joven”. Volviendo hacia el médico: “Espero su informe escrito y si le parece, entregue el cuerpo a la familia, que deben querer comenzar el velorio”.
Con algo de apuro, volvió a la calle donde la noche ya se había instalado. Mileson charlaba con una enfermera en la vereda y cuando vio a su jefe se despidió y subió al vehículo de la repartición.  ¡Feo morir así” comentó cuando el oficial ya estaba sentado a su lado.
“Cómo?” preguntó el comisario.
“Así, mordido por perros salvajes… deben ser los mismos que denunció Antinao la semana pasada, pues le mataron varios capones en un potrero que tiene para ese lado …Antinao – explicó - es el indio que tiene una chacra a la salida del pueblo”
Carmona permaneció en silencio por algunos minutos. “Te parece?  Te parece que una jauría de perros, por más salvajes que sean, atacan y matan a un joven en buen estado físico? … No es este el que solía jugar  pelota paleta en el club?” Qué edad tenía?”
“Si, era él… -Mileson respondió inmediatamente -cumpliría 29 años este invierno que viene”
“Frená y da la vuelta …volvemos al hospital”, le ordenó Carmona.
Con trancos largos, apurado porque al entrar habían visto el furgón de la funeraria y se imaginaron que ya estaban preparando el cuerpo, Carmona seguido por Mileson, buscaron con la vista al Dr. Canosa. “Doctor … Doctor, hágame un favor…revise nuevamente el cuerpo e infórmeme si encuentra alguna herida que no le parezca originado por los dientes de los perros … le dijo excitado Carmona  …”si encuentra algo con una bala, o mejor …un cuchillo … coméntemelo enseguida”
“Como no Comisario, quédese tranquilo”, pero Canosa lo miró con extrañeza.
Los dos policías volvieron al vehículo y con este a la comisaría. Mileson pidió permiso para retirarse y Carmona, lentamente caminó – ahora sí - hasta el bar de Chelo, a pocos metros del negocio de la madre del nuevo muerto del pueblo. Se sentó en una mesa en el interior del salón, cerca de la ventana para poder observar a la gente que pasaba por la calle y cuando el propietario lo saludó desde el mostrador, le indicó que quería un café chico cortado y un vaso de soda grande y bien fría “ …y si hace falta, agregale un cubito de hielo”.
No bien se sentó apareció Miguel Bermúdez, el panadero, que todas las tardes de sus últimos 30 años, cruzaba la plaza y le pedía a Chelo un café. Si era una tarde linda de verano, ocupaba una silla en la vereda; si era una tarde ventosa o fría, se instalaba en una de las mesas del pequeño salón.
Ahora, a pesar de lo agradable que estaba la noche, eligió el interior del café y sin pedir permiso se sentó en la mesa de Carmona. “Hola Jefe, como anda?” Carmona saludó con un movimiento de cabeza.
“Hubo un muerto hoy?” “Ya empezamos - se dijo para si el policía – no tendría que haber venido” En voz alta contestó al interrogante “Si; el hijo menor de la señora del video club, lo encontraron sobre la ruta a Caleta”.
“Qué perdida – le contestaron – era un grande ese pibe; tenía mucha fama con las mujeres. Solteras y casadas, no le hacía asco a ninguna. Con él se va una gran fuente de anécdotas para Las Heras”.
Rosalino depositó su pocillo sobre el plato y lo miró a Bermúdez. “Cuál habrá sido la última?.
“No lo sé – contestó el panadero – pero si sé que hace quince o veinte días, la chica casada con Werner recibió del marido una paliza terrible y dicen que Leandro tuvo algo que ver con ese conflicto. A Ud. no le llegó ninguna denuncia?”
El comisario negó con la cabeza e hizo una seña a Chelo para que se acercara; a la vez metió una mano en el bolsillo y sacó una muy ajada billetera y depositó sobre la mesa, el valor del café. Ya en pié, saludo a Chelo,  a Bermúdez y a los cuatro o cinco parroquianos que estaban sentados en las pocas mesas restantes del salón.
Lentamente, mirando con cuidado donde ponía los pies sobre la vereda despareja, se dirigió al modesto edificio donde estaba el departamento que alquilaba. Cansado, buscó en la heladera un pedazo de tarta de acelga fría que había quedado de la noche anterior y lo acompañó con una pequeña botella de cerveza que también encontró. Rápidamente se acostó sobre una cama que le enprolijaba todas las mañanas Doña Azucena Antical, contratada para limpiar los tres ambientes del departamento y lavar y planchar la ropa que diariamente se cambiaba.
Unos pocos minutos antes de las 8 de la mañana el comisario Rosalino Carmona ingresó a su despacho de la Comisaría de Las Heras. Pasó frente al mueble sobre el cual estaba el pequeño anafe, prendió la llama del gas y colocó sobre la hornalla una pava para calentar agua. Luego  saco de la alacena detrás de su escritorio, la jarrita de latón enlosada y la bombilla; llenó tres cuartos de la jarrita con yerba mate y con meticulosidad que alguno podría catalogar como excesiva, colocó jarrita y la bombilla sobre el amplio tablero de su escritorio y en una línea imaginaria paralela al borde. El tarro con la yerba sobrante fue colocado dentro del cajón de la izquierda del mismo escritorio. Unos segundos más tarde la pava hizo el ruido que el comisario conocía como el que indicaba que el agua estaba en el punto de temperatura ideal.
Tomó el primer mate, fuerte y amargo como a él le gustaba, y sonó el teléfono.
“Comisaría, buen día – le gustaba decir – habla el Comisario Carmona”.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                               Del otro lado le contestaron “Buen día” y reconoció la voz del Dr. Canosa.
“Comisario, tengo novedades para Ud. En unos minutos si quiere mandar a alguien al hospital, le envío el informe escrito de la autopsia. Pero ahora he cambiado de opinión y le adelanto mis conclusiones por teléfono, si a Ud. le parece bien”.
“Métale”, le contestó.
“No parece que la causa de la muerte sea las múltiples heridas provocadas por los perros... me inclino a pensar que cayó entre ellos muerto de antemano.” Canosa calló por unos instantes y luego prosiguió “Resulta que encontré una pequeña herida, hecha por algo con filo, que produjo un corte limpio en la pared del corazón. Pero luego no encuentro sobre el pecho nada que me permita decir que por allí entró un cuchillo, o lo que sea, que produjo la herida que le comento; pero claro, el pecho está superficialmente destruido por las dentelladas”.
“Gracias Doc. Hizo un aporte invalorable. Ya le mando alguien a buscar el informe” Carmona colgó el tubo y sonrió satisfecho. Antes de volver a su silla, se asomó por la puerta de la oficina y llamó a su colaborador inmediato “Mileson, vení un momento; necesito que hablemos”
Cuando Mileson entró, le alcanzó un mate recién cebado. “Buen día. Esto te ayudará a despertarte” le dijo. El otro lo miró, contestó al saludo y se sentó. “Qué necesita?”
“Primero que me cuentes las novedades. Y luego que digas lo que sabes de la vida mujeriega del muerto en estos últimos días” Carmona también se sentó y esperó la respuesta de su subalterno.
“Esta mañana temprano encontraron la moto de Sevilla: estaba escondida entre unos tamariscos a la salida oeste del pueblo. Sobre el segundo punto no se mucho, pero fueron muy comentadas sus aventuras con chicas y con la mujer de Werner. Marcelita Werner es muy bonita y está casada desde hace algo más de 2 años. Werner es esquilador y se ausenta de Las Heras entre los meses de Setiembre a Febrero; trae a la casa buena plata, pero luego deja parte de ella en varios boliches del pueblo. Dicen que Leandro visitaba a Marcela cuando Werner estaba esquilando con una comparsa por la zona de Gûer Aike y cuando volvió, alguien le habrá ido con el cuento”. “Pero para que quiere saber esto, Comisario?”
Rosalino chupo de la bombilla y con cierto aire pomposo dijo: ”Cuando alguien muere violentamente, las razones son tres: accidente, suicidio o asesinato. En este caso estoy convencido que ha sido la última razón la que da cuenta del hecho. Me resta ahora saber – y levantó un dedo de su mano derecha - a) quién y – levantó un segundo dedo - b) porqué.  Ahora terminá con ese mate y vení conmigo; nos vamos de gira ”.
“Vamos a lo de Werner” dijo el oficial al agente Mileson, cuando este ya había puesto en marcha el motor. El viento había amanecido y ahora estaba más fuerte aún. La arenilla de la calle golpeaba contra el parabrisas del vehículo.
La casa de Werner estaba en la salida hacia Perito Moreno, a dos cuadras de la ruta.  Las calles son de tierra y los perros creen que son sus dueños. El viento siempre está levantando polvo porque los camiones regadores de la Municipalidad no tienen esas calles en sus rutas diarias. Algunas casas tienen veredas de cemento construidas y solo en pocas hay algún árbol que intenta crecer, pero con dificultades. Todas tienen un frente cuadrado o rectangular y es constante su monotonía; los techos no se ven desde la calle, se inclinan en un solo plano y su falta de gracia es la característica general.
Antes de presentarse en la casa del esquilador, Rosalino, con Mileson a la zaga, golpeó las manos en la puerta de Doña Guillermina Arzuaga, vecina ilustre del barrio y conocida del Comisario de circunstancias anteriores en las cuales Doña Guillermina le había hecho llegar buenos datos al investigador.
“Qué lo trae por aquí Comisario?”
“Buen día Doña Guillermina, el olor de tortas fritas”
“Ja!! no me mienta, que con el viento de hoy, no se huele ninguna torta; pero igual ha de comer, si gusta. Qué necesita?
“Necesito saber si vio algo que le llamara la atención anteanoche”.
“Comisario, Ud. sabe que yo cierro cuando está comenzando a anochecer y no sé nada hasta la mañana siguiente que me levanto y riego las plantas del porche … pero sí escuche ruidos en la casa de Werner, porque lo vi golpeando la puerta del patio atrás al pibe de Sevilla y poco más tarde llegó Werner mismo y entró por la puerta de calle. Un poco más tarde escuché la camioneta de Werner que salía; luego me dormí”.
La cara pétrea del Comisario no se modificó, a excepción de a ceja derecha que se elevó. “A que hora fue esto Doña?” le dijo a la mujer, mientras aceptaba un mate que ella le ofrecía.
“Cerca de las 12, porque justo era cuando terminaba el noticiero en la tele”
“Muchas gracias” devolvió el mate y se incorporó. “Vamos Mileson, que tenemos mucho que hacer”.
La casa de Werner estaba construida sobre la línea municipal y se golpeaba la despintada puerta de ingreso desde la vereda misma. Mileson hizo justamente eso, luego de buscar sin éxito un timbre. Ambos funcionarios policiales esperaron que alguien les contestara la llamada.
Cuando finalmente se abrió la puerta, apareció una morocha bonita de cerca de 30 años, vestida con una falda negra corta y una blusa verde, que ponía en evidencia pechos de tamaño considerable; en una cara redonda y simpática, tenía ojos oscuros, grandes y asustados . Detrás de la chica, un perro marrón y orejas puntiagudas les ladró.
“Está tu marido?” preguntó Mileson  y ella contestó negativamente moviendo la cabeza.
“Entonces queremos hacerte unas preguntas a ti” intervino Carmona por primera vez. “Donde está tu marido?”
La chica se agachó y le paso la mano por la cabeza del perro “Se fue al bar de Ulloa, me dijo. No me supo decir si volvía para almorzar.”
“Anteanoche donde estaba?”  La mujer dudó “También en el bar de Ulloa, volvió tarde y yo estaba durmiendo; no sé a qué hora llegó”.
“Cómo te llamas?”
“Maite” le contestó. “Maite Huenul de Werner”
“Gracias Maite – le dijo el Comisario – volveremos si nos hace falta más información. Decile a tu marido que queremos hablar con él”. Ambos policías dieron vuelta y caminaron hasta donde habían dejado la camioneta. “Ahora vamos a lo de Ulloa” ordenó Rosalino.
Cuando entraron al bar había poca gente. En una mesa cuatro hombres jugaban al truco casi en silencio y a la derecha de la entrada ocupaba una silla un hombre de aspecto rudo, tomaba vino tinto de un vaso y cada tanto se ponía en la boca uno o dos maníes, que estaban en un plato sucio sobre la mesa. Sobre la izquierda al entrar, había un mostrador de unos tres metros de largo y sobre este una máquina para hacer café exprés. Detrás del mostrador y colgando de la pared un espejo grande.  
“Anda Werner por aquí?” preguntó el Comisario. “Estuvo – le contestó el que estaba detrás del mostrador – pero se ha ido”.
“Viene seguido? – insistió el policía – estuvo anteanoche aquí?
“Si; estuvo hasta muy tarde. Se armó una mesa de truco que no se terminó hasta medianoche. Yo luego me pude ir a la cama a las dos y no podía más con el sueño que tenía”.
Rosalino dio las gracias y lo miró a su lugarteniente. “Vamos a la camioneta”.
Una vez sentado nuevamente en el vehículo, Rosalino, adivinando la pregunta de Mileson, le explicó “Creo que lo mató Werner a Leandro. Lo encontró cerca de la casa o dentro de ella. Pelearon y le hundió un cuchillo en el corazón. Luego para disimular la causa de la muerte, lo llevó a la ruta pero del otro lado, donde sabe que hay perros cimarrones que no le hacen asco a nada y allí tiró el cadáver. Ahora llevame a la comisaría y luego salí a buscar a Werner y traemeló. Que te acompañe otro agente.”
No había pasado una hora y Mileson volvía con Werner esposado, y a quien llevaba de un brazo. “Acá lo tiene, mi Comisario!”.
“Sentate Werner, explicame como lo matastes a Leandro” Werner no contestó, ni lo hizo durante todas la mañana, sentado frente al escritorio del Comisario, con las manos esposadas a su espalda. “Sabemos que lo matastes; llegastes a tu casa y estaba él adentro con tu esposa” le dijo mientras Werner mantenía silencio.
“Mi hipótesis – comentó Rosalino a Mileson, mientras comían cada uno un sándwiches de mortadela, sentados en unas banquetas en una celda, en los fondos de la Comisaría – es que Werner al volver a su casa, se encontró que allí estaba Leandro. Pelearon y Werner le clavó un cuchillo en el corazón. Un cuchillo angosto y filoso hiere y mata, pero no produce una herida que haga fluir mucha sangre … él es duro y no confiesa”.
Estaban terminando su almuerzo, cuando el agente de guardia en la entrada se presentó ante ellos: “Mi comisario, la esposa de Werner quiere hablar con Ud.”
“Hacela pasar aquí. que el marido no la vea” Rosalino pasó su mano por el frente de la camisa reglamentaria y se sacudió las migas. De pié espero la llegada de la mujer “Qué necesita señora?”
Ella lo miró en silencio y su linda cara denotaba un sufrimiento interior. Por prolongados segundos mantuvo silencio y luego de sentarse sobre una silla, como borbotones, salieron unas pocas palabras  “Werner no mató a Leandro…él es inocente”.
“Y si no lo mató Werner …quién lo mató? preguntó Rosalino Carmona.
La mujer siguió en silencio.  “Si no me contestas a esto yo me veo obligado a mantener encarcelado a Werner, porque yo creo que ha sido él” Haciéndole una seña con la cabeza a Mileson, Rosalino dio media vuelta, se encaminó hacia su despacho, que se mantenía con la puerta cerrada, y dejó a la mujer sola.
Hacia el medio día golpeó la puerta de Rosalino el agente Lastreto “La esposa de Werner quiere hablar nuevamente con Ud.”
“Que pase” le contestó el oficial.
La mujer lloraba “Yo fui comisario. “Esa noche Leandro entró a mi casa por la puerta de la cocina. Yo le dije que se fuera, pero el quiso agarrarme y besarme. Yo tenía mucho miedo y sabía que mi marido volvía en cualquier momento. Saqué un cuchillo de arriba de la mesada y lo amenacé para que me dejara en paz, pero él no quiso parar. No sé como hice pero Leandro cayó al suelo con el cuchillo clavado en el pecho. En ese momento llegó Werner y no hizo falta contarle lo que pasó. Me mandó a callarme y cargó el cuerpo en la camioneta. Había muy poca sangre y yo la limpié…no sé que hizo luego con el cadáver”
Rosalino Carmona lo miró a Mileson y le dio varias órdenes. “Encerrala en el calabozo de la derecha, llamá al Fiscal a Puerto Deseado para que se venga esta tarde misma, decile a Werner que su mujer a confesado y que él puede ir, pero que a ella no la puede ver hasta que no llegue el fiscal” y poné la pava, que tengo ganas de tomar mate.

Luego, cuando ya estaban terminando la pava , Mileson le dijo a su jefe que estaba satisfecho porque habían descubierto el asesino. “No estés tan seguro de que nuestra verdad sea la verdadera” le contestó este  se quedó en silencio por unos instantes. “ Y si Marcela inventó el cuento para salvar a su marido, atento que ella le tiene mucho miedo y está amenazada por él? Le comentaré mis dudas al fiscal, porque él tiene la responsabilidad desde ahora”.