Jacinta Arandía
se casó jovencita con Bobby O’Malley, hijo de un estanciero cuyos
abuelos malvineros poblaron tierras al
norte del río Santa Cruz. La estancia
“Cerro Chato” tenía tierras altas de
veranada y una zona baja, a orilla del río, que los O’Malley usaban en los
inviernos. La capacidad del campo era de unas diez mil cabezas y hacía ya
muchos años que allí se criaba la raza Corriedale, una oveja que se destaca
tanto por la lana que produce, como por su carne.
El casamiento fue celebrado en
Comandante Luis Piedrabuena, una población que está sobre el río donde la ruta
3 cruza, hacia el sur, rumbo a Río Gallegos, en un lugar en donde está la Isla
Pavón, asentamiento del viejo almacén del marino que le dio su nombre al
pueblo.
En realidad el casamiento, fue lo que se
llamaba en esa época “de apuro”, pues Jacinta estaba embarazada. El casamiento,
a pesar de ello, fue llevado a cabo en la Iglesia, donde ofició el Padre
Maraschino, de la agrupación salesiana, y luego la fiesta que tuvo las
características de una de las más recordadas del pueblo, fue en las
instalaciones del Club Júpiter, con más de 300 invitados.
Hubo una corta luna de miel de
siete días en Río Gallegos, donde los novios fueron al cine, almorzaban y
cenaban en casa de amigos del novio o en el restaurante “Recuerdos de Granada”,
caminaban por la costanera tomados de la mano y Bobby se emborrachó un par de
veces en el Club Británico. Finalizada la semana, la joven pareja volvió a
“Cerro Chato” donde estaba por comenzar la esquila y el dueño de casa quería
que su hijo estuviera presente.
Cinco meses después, en Abril, Bobby llevó a Jacinta al
pueblo. Allí ella se instaló en la casa de Doña Irupé, la comadrona local y al
día siguiente nació Serafín, nombrado así en homenaje a su abuelo materno,
fallecido hacia un par de años. Serafín O’Malley tuvo un nombre entonces que
reflejaba su mezcla celta de gallego e irlandés.
Serafín asistió a la escuela
primaria de Piedrabuena y vivía en la casa de su abuela Arandía. De Diciembre a
Marzo volvía a Cerro Chato y también lo hacía en las vacaciones de Julio y en
algún fin de semana largo que hubiese durante el año escolar, que en esa época
eran pocas. Le gustaba más la vida en el campo que la del pueblo. No fue buena
su relación con su abuela, particularmente en el último año de permanencia en
la escuela, y el nivel de conflicto entre ambos llego a ser insoportable para
ambos.
Para su educación secundaria, los
padres pensaron en un colegio inglés en las sierras de Córdoba. Allí recorrió
la currícula solo hasta tercer año inclusive. En el verano posterior a ese
ciclo lectivo, las autoridades del colegio pidieron que Serafín no volviera a
integrar el claustro de alumnos. Basaron su juicio en las malas notas del
muchacho, en algunas inconductas serias puertas adentro del colegio y en las
quejas de vecinos y del comisario de la pequeña población de La Cumbre.
Hacia fines del último ciclo
lectivo de Serafín en Córdoba, Jacinta se transformó en viuda. Su marido,
volviendo con la camioneta de la estancia un sábado a la noche y luego de
visitar la mayoría de los bares y whiskerías de Piedrabuena, derrapó en una
curva de la ruta enripiada, el vehículo dio varios tumbos y el cuerpo de Bobby
fue despedido. A la mañana siguiente la policía de la localidad lo descubrió a
varios metros del vehículo, enganchado en unas matas de calafate.
Serafín pasó a ser el dueño de la
estancia familiar. Su madre siempre había tomado un papel pasivo en su
administración y ahora se encontró con que estaba sola pues ya habían
fallecido, hacía unos años, sus suegros. Todo le era más fácil si se recostaba en su hijo y le permitía tomar
todas las decisiones necesarias.
El nuevo patrón de la estancia
aprendió pronto las características de su nueva posición. Allí había varios peones: tres ovejeros, un
carpintero – alambrador y un cocinero y los cinco obedecían sus órdenes. Contaba en todo
momento con la camioneta Ford F 100, propiedad del establecimiento. Y podía
disponer a su criterio de inversiones y gastos para lo cual los comerciantes de
Piedrabuena, incluyendo los gerentes locales del Banco de la Provincia y del
Banco Nación, le otorgaban generosos créditos.
Serafín de ese modo se mudó en el
mimado de la sociedad local, alma de las fiestas locales y regionales,
divertido compañero de juergas y alcohol y profundo conocedor de los burdeles
del pueblo. Todo esto no le impidió convertirse paralelamente y en razón de ser
suficientemente buen mozo, experimentado bailarín y, fundamentalmente,
administrador de la herencia de su padre, en el sueño de varias chicas casaderas
de Piedrabuena, Puerto Santa Cruz y de San Julián. Al respecto de esto último
aprendió a, aun en los entreveros más complejos, salir airoso desligándose de compromisos.
Pero cuando cumplió 30 años
empezó a sentir una presión por parte de su madre en el sentido de “…sentar
cabeza y permitirle a esta vieja la alegría de contar con algún nieto”. Serafín
mismo comenzó también a sentir la necesidad de contar con una ama de casa más
joven y alguien que calentara su cama en el campo, sobre todo en las largas
noches invernales de la Patagonia.
Para ello puso sus ojos en una
joven soltera de San Julián, a quien fue presentado por amigos comunes.
Regularmente bonita, buena cocinera y de modales austeros, Julia Meraglio era
hija de un comerciante que además oficiaba de pastor de la Iglesia Metodista. Julia
trabajaba en una botonería sobre la calle principal de San Julián, a una cuadra del orgullo del pueblo: la Nao
Victoria, una réplica de una de las naves de Magallanes.
Serafín no estaba acostumbrado a
las negativas e insistió en varias
oportunidades cuando ambos coincidieron en fiestas de la Asociación Mutual
Italiana y de la Sociedad Rural de San Julián. Finalmente y para sorpresa de
muchos que los conocían, Julia dijo que si y paseaba del brazo de su novio
“gringo” en reuniones familiares, fiestas del pueblo o simplemente recorriendo
calles en la camioneta de su futuro
marido.
A los pocos meses hubo
casamiento, resistido inicialmente por los padres de la novia, pero cuyas
voluntades fueron doblegadas por Julia y por Serafín que alegaron, con lágrimas
en los ojos de ella, que sus vidas no
tendrían sentido sino unían sus destinos. El oficio religioso se desarrolló en
la Iglesia Metodista, con la presidencia del flamante suegro. Serafín a pesar
de su ascendencia gallega e irlandesa que indicaba una preferencia por el rito
católico, aceptó la firme imposición de su suegro, en aras de lograr el
objetivo.
Julia renunció a su trabajo y los
novios fueron a vivir a la estancia, luego de unos días en El Calafate.
Rápidamente Julia se acomodó a su vida doméstica de esposa, confirmando la
opinión de muchos de que era, además de buena cocinera, una excelente ama de
casa.
Doña Jacinta, prudentemente,
pidió a su hijo que alquilara una casa pequeña en el pueblo para que ella
pudiera vivir allí. “De esta manera – le dijo – Uds. viven su intimidad en la
estancia, yo visito con mayor frecuencia a mis amigas de Piedrabuena y además,
cuando lo necesiten, tienen una casa donde pasar la noche”.
Durante los primeros meses del
joven matrimonio, probablemente durante el primer año, Serafín fue un esposo
amante y solicito. Trataba de estar siempre a la hora programada de los
almuerzos y de las cenas, se sacaba las botas cuando llegaba a la casa con
estas embarradas, en 6 meses solo se emborrachó 2 veces, mantenía buen humor y
ponderaba los ricos platos que su esposa ponía sobre la mesa.
Pero parecía que todo esto le
provocaba un esfuerzo que de a poco lo iba cansando. Julia lo percibía, pero
pensaba que todo era parte de un proceso natural que los matrimonios sufrían,
aunque no fue este el caso de sus padres
que vivían una vejez armoniosa, reconocía.
Con el paso de los meses apareció
un factor relevante en la relación matrimonial: los malos tratos. Con
frecuencia Serafín se quejaba, de mala
manera, por algunos platos que Julia ponía sobre la mesa. En otros momentos
hubo gritos y expresiones de desprecio. Y en una oportunidad Serafín le comentó
al Negro Barraza, sentados en la vereda del bar de Ulloa “Anoche le tuve que
pegar un buen cachetazo a mi mujer, está insoportable”. “A las mujeres hay que
enseñarles quien manda” le contestaron sin dudar, desde el otro lado de los
vasos y de la mesa angosta.
Julia guardaba en silencio estas
circunstancias, sin mencionarlas a sus padres ni a sus mejores amigas.
Durante las primeras épocas del
matrimonio Serafín llevaba a su esposa a San Julián a visitar a sus padres.
Pero luego adujo estar muy ocupado y sugirió que la chica viajara en ómnibus;
finalmente este fue la única forma en que Julia pudo hacer visitas a su casa
paterna. Las visitas mismas, además, se hicieron esporádicas porque Serafín se
ponía de malhumor cada vez que ella manifestaba su deseo de viajar. Otro tema
conflictivo fue el de los celos: si a la vuelta de algún viaje a San Julián,
asomaba alguna noticia de algún encuentro de Julia con antiguos compañeros o
amigos de su época adolescente, Serafín gritaba y amenazaba con no permitirle
ir nuevamente a casa de sus padres.
En Abril del año 2007 Serafín
instruyó a sus ovejeros que debían empezar a rodear los campos altos y traer la
hacienda a los que estaban en cercanías del río. Los pronósticos eran de
nevadas tempranas y una vez que los campos acumulan nieve en la superficie se
hace difícil arriarlos. En las llanuras de menor altura siempre se prevé poca o
ninguna nieve. Allí los animales soportan mejor los duros días invernales, pues el pasto no se
tapa y logran refugiarse en zonas reparadas y secas. Además la primavera llega
unos días antes y ayuda a la parición que se prevé para esas fechas.
El 14 de Abril entonces Serafín y
tres ovejeros tomaron mate cuando todavía estaba oscuro y con las primeras
luces del alba ensillaron sus caballos y desataron los perros que cada uno
llevaría para ayudarlos a juntar y arriar las ovejas de la estepa alta. La
operación se hizo con cuidado porque ya se habían producido varias noches de
heladas fuertes y el suelo estaba duro como piedra; un resbalón de caballo o de
hombre, entonces, podría producir un golpe muy fuerte con probables quebraduras.
Con algunos silbidos a los perros, partieron.
Algo más tarde Julia se levantó,
se vistió, prendió los fuegos dentro de la casa para que esta se entibiara y
ordenó su habitación. Ese día almorzaría sola y por ello no tenía que
preocuparse por cocinar. A la tarde vería que prepararía para la cena, pues su
esposo ya estaría de vuelta.
Recordó, ordenando la sala y
colocando revistas en el revistero, que le había prometido unas recetas al
nuevo cocinero que empleó su marido para cocinar para los peones. Varias
revistas Para Ti que ella ya había leído contenían algunas recetas que
seguramente le podrían interesar a Gabriel Bahamondes, que manifestaba cierto
interés por una cocina algo diversa y distinta a los muy tradicionales platos
de la cocina de estancias sureñas.
Dudó si llevar las revistas al
edificio de la “cocina de los peones” o avisarle a Gabriel que las pase a
retirar por la “casa grande”. Pensó finalmente que sería mejor que ella las
pasara a dejar y aprovecharía una caminata por la tarde, en un día que aunque
algo frío, era soleado y calmo.
Luego de almorzar, recogió la
poca vajilla utilizada, lavó y secó los platos y finalmente puso todo en su
lugar, como a ella le gustaba tener en su casa.
Recordó que debía coser el ruedo de uno de sus vestidos y se sentó en
uno de los sillones del living para ello.
Era media tarde y decidió iniciar
su caminata; antes de cerrar la puerta, tomo las revistas que le pensaba dar a
Gabriel.
El casco de la estancia estaba
distribuido en dos partes relativamente cercanas una de otra, pero ambas en un
vallecito que permitía adivinar el río a no más de dos kilómetros. En la zona
más alta estaba la “casa grande” que habitaba con su esposo y que anteriormente
manejaba su suegra, rodeado de un pequeño jardín. Unos pocos metros hacia abajo
y al sur y cruzando un pequeño arroyo que se hinchaba en épocas en que se
derretía la nieve en la planicie, estaba la zona de los corrales, el galpón de
esquila y las dependencias de los peones. Entre estos estaba la cocina que
constaba de un comedor grande, una cocina y un departamento que era de uso del
cocinero.
Julia bajó por un angosto sendero
aprovechando la agradable luz solar y el aire frío y calmo. Caminó hacia la
cocina y golpeó la puerta. Cuando Gabriel abrió la invitó a pasar.
“Quiere una torta frita? Las
estoy haciendo”
“Solo una, porque quiero
aprovechar la tarde tan linda. Le traje las recetas que le comenté” y colocó
sobre la mesa de la cocina las revistas que traía.
“Muchas gracias” contestó Gabriel
y ambos se inclinaron sobre la mesa hojeando y comentando los ejemplares que
Julia traía.
A los pocos instantes se abrió la
puerta nuevamente y la figura de Serafín ocupó el espacio de la abertura.
Habían terminado la tarea del día rápidamente, con la ayuda de la buena luz
solar y el aire calmo. Limpiaron el campo alto de ovejas y las arrearon a la
tranquera que permite ingresar al de la costa del río, al que llamaban en la
estancia del “Pescadero”. Una vez que pasaran las aproximados 2.500 animales
por la tranquera, la cerraron y trotaron para “las casas”. Desensillaron y
largaron los caballos al potrero. Serafín, antes de ir a la “casa grande” paso
por la cocina de peones a verificar necesidades para los próximos días.
“Puta, no puedo dejarte sola” le
gritó a la mujer que se incorporó y se dio vuelta para enfrentarlo. Serafín
rápidamente le tiró un bofetón a la cara y Julia trastabilló, enredadas sus
piernas en un banco. La situación le hizo perder su equilibrio y cayó golpeando
fuertemente la nuca contra la orilla de la estufa a leña. Gabriel quiso
intervenir pero fue empujado y lanzado al suelo por un fuerte empujón de su
patrón.
Julia quedó inmóvil en el piso y
por debajo de su cabeza empezó a brotar un chorro de sangre. Serafín se
arrodilló al lado del cuerpo de su mujer. “Por Dios!! la maté”. Gabriel que se
había incorporado, buscó tomarle el pulso al cuerpo de la mujer en su cuello.
No pudiendo encontrar signos de vida, se levantó y traspuso la puerta.
“El patrón mató a su esposa,
vengan rápido” les gritó a los ovejeros que se disponían a tomar mate y
descansar de la jornada de trabajo. Uno solo se acercó a la cocina y los
restantes se quedaron, sin saber qué hacer.
En esos instantes Serafín
apareció en la puerta con la cara desencajada y corrió hacia la “casa grande”.
Los peones escucharon 5 minutos más tarde el motor de la camioneta y observaron
cómo esta desapareció por la huella que llevaba a la ruta provincial.
Sin animarse a entrar y sin saber
qué hacer, Gabriel Bahamondes y sus compañeros comentaron nerviosos, los hechos
que acababan de suceder. Repentinamente
Gabriel le pidió a uno de los ovejeros. “Ensilla un caballo y andate a la
estancia “La Leona”, desde allí se puede hablar por teléfono a la policía de
Piedrabuena. Explícales lo que ha sucedido aquí”.
Una hora y 45 minutos más tarde,
apareció un automóvil de la policía y tras de él, una ambulancia. La policía
observó el lugar, anotó el nombre de las personas presentes y en la ambulancia
se cargó el cadáver.
Al día siguiente los diarios de
Río Gallegos publicaron una nota con el asesinato de Julia Meraglio en la
estancia “Cerro Chato” y la captura de su presunto agresor en la localidad de
Los Antiguos en el noroeste provincial, pronto a cruzar la frontera a Chile.
Cipolletti, Enero de 2017
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