Caminaba sin apuro por entre las jarillas, volviendo de
escalar un faldeo a pique que permitía subir a la meseta alta detrás del
pueblo. No era andinismo, pero le permitía ejercitar piernas, brazos y pulmones
que últimamente permanecían, pensaba todo esto al caminar, demasiado quietos.
Desde que lo habían nombrado comisario en Las Heras, había iniciado un
sedentarismo que lo preocupaba.
Este fin de semana no había podido viajar a Comandante Luis Piedrabuena,
donde vivía su hijo con la madre. Y quedarse en el bar de Chelo, sobre la plaza
central, no lo atraía para nada. Se imaginaba sentarse en una de las mesas e
inmediatamente encontrarse rodeado con uno o dos o hasta tres personas, que no
tendrían otro objetivo que el ser vistos tomando un café con el Comisario del
pueblo. Con charlas insulsas sobre temas que no le interesaban; pretendiendo
saber detalles de la muerte de los dos albañiles en la fonda de Millamil o de
chismes sobre la vida de las chicas que frecuentaban la whiskería “Oasis”.
Mucho más atractivo le resultaba salir a caminar por el
desierto, particularmente esta tarde, inusualmente agradable; solo una brisa
cálida, un cielo con pocas nubes que proveía de buena luz y, ahora que
regresaba, un atardecer que proyectaba largas sombras y daba varios colores
azules a las bardas que se destacaban sobre el horizonte y cuya intensidad del
color dependía de su lejanía. Había escuchado el canto de al menos cinco
calandrias y un par de martinetas levantaron su
esforzado vuelo cuando pasó por el lugar donde estaban refugiadas. Había
almorzado un par de sándwiches sentado sobre el pasto, a orillas de un menuco,
en un valle ancho que bajaba suavemente hacia el río Deseado.
Cuando ya estaba aproximándose a las primeras construcciones
del acceso desde Perito Moreno al pueblo, vio la camioneta de la repartición
acercarse. “Levanta demasiada tierra - pensó para si - debe viajar a una
velocidad superior a la permitida en el radio urbano”. Cuando el vehículo se
puso a la par, frenó demasiado violentamente para el gusto de Rosalino y se
bajó el agente Mileson, con cara que denotaba excitación,.
“Comisario,
apareció un muerto”
El oficial demoró unos instantes para contestar, como esperando
que el otro se calme. “Quién es y dónde fue?”
“Leandro Sevilla, el hijo más chico de la dueña del video
club de la plaza San Martín ... encontraron el cuerpo a dos kilómetros del
pueblo, camino a Caleta Olivia”.
“Quién lo encontró?”
“Llegaron unos chicos corriendo a la comisaría; habían estado
cazando pájaros…” contestó Mileson “Yo subí a la camioneta y fui con ellos al
lugar. Fue difícil reconocerlo, porque estás muy mordido por perros.”
“Los perros lo mataron?” pregunto Carmona y Mileson asintió
moviendo la cabeza. “Llamastes a la ambulancia? donde está el cuerpo ahora?”
“Llamé a la ambulancia y el cuerpo debe estar ahora en la
morgue del hospital; deben estar esperando sus indicaciones”. Mileson puso cara
de estar satisfecho consigo mismo y sonrió a su superior.
Carmona fue hasta la puerta del acompañante y se sentó en la
camioneta, Mileson hizo lo mismo, pero del lado del volante. Sin palabras, puso
en marcha el motor y rumbearon para la calle del hospital.
Cuando el
comisario ingresó al edificio y se acercó a la morgue, el Dr. Canosa salió a
recibirlo. “Es un desastre, está todo mordido y desfigurado” le informó el
médico luego de haberlo saludado.
Carmona miró rápidamente al cuerpo tendido en la camilla;
estaba desnudo, tapado solo con una sábana. Le faltaba una porción importante
del muslo izquierdo y del antebrazo del mismo lado. Ese lado de la cara, el
cuello y el pecho estaban también muy dañados. En las partes indicadas, como el
médico hacía notar, la piel y los músculos faltantes habían sido arrancados,
evidentemente, por los dientes de animales carnívoros.
“Causa de la
muerte?” El Doctor Canosa lo miró
extrañado. “Mordeduras reiteradas por varios perros, una jauría. Le abrieron la
yugular” informó. “Ha muerto anoche, alrededor de la medianoche”.
“Qué raro – comentó Rosalino – nunca vi una cosa así; será
que soy un comisario joven”. Volviendo hacia el médico: “Espero su informe
escrito y si le parece, entregue el cuerpo a la familia, que deben querer
comenzar el velorio”.
Con algo de apuro, volvió a la calle donde la noche ya se
había instalado. Mileson charlaba con una enfermera en la vereda y cuando vio a
su jefe se despidió y subió al vehículo de la repartición. ¡Feo morir así” comentó cuando el oficial ya
estaba sentado a su lado.
“Cómo?” preguntó el comisario.
“Así, mordido por perros salvajes… deben ser los mismos que
denunció Antinao la semana pasada, pues le mataron varios capones en un potrero
que tiene para ese lado …Antinao – explicó - es el indio que tiene una chacra a
la salida del pueblo”
Carmona permaneció en silencio por algunos minutos. “Te
parece? Te parece que una jauría de
perros, por más salvajes que sean, atacan y matan a un joven en buen estado
físico? … No es este el que solía jugar
pelota paleta en el club?” Qué edad tenía?”
“Si, era él… -Mileson respondió inmediatamente -cumpliría 29
años este invierno que viene”
“Frená y da la vuelta …volvemos al hospital”, le ordenó
Carmona.
Con trancos largos, apurado porque al entrar habían visto el
furgón de la funeraria y se imaginaron que ya estaban preparando el cuerpo,
Carmona seguido por Mileson, buscaron con la vista al Dr. Canosa. “Doctor …
Doctor, hágame un favor…revise nuevamente el cuerpo e infórmeme si encuentra
alguna herida que no le parezca originado por los dientes de los perros … le
dijo excitado Carmona …”si encuentra
algo con una bala, o mejor …un cuchillo … coméntemelo enseguida”
“Como no Comisario, quédese tranquilo”, pero Canosa lo miró
con extrañeza.
Los dos policías volvieron al vehículo y con este a la comisaría.
Mileson pidió permiso para retirarse y Carmona, lentamente caminó – ahora sí -
hasta el bar de Chelo, a pocos metros del negocio de la madre del nuevo muerto
del pueblo. Se sentó en una mesa en el interior del salón, cerca de la ventana
para poder observar a la gente que pasaba por la calle y cuando el propietario
lo saludó desde el mostrador, le indicó que quería un café chico cortado y un
vaso de soda grande y bien fría “ …y si hace falta, agregale un cubito de
hielo”.
No bien se sentó apareció Miguel Bermúdez, el panadero, que
todas las tardes de sus últimos 30 años, cruzaba la plaza y le pedía a Chelo un
café. Si era una tarde linda de verano, ocupaba una silla en la vereda; si era
una tarde ventosa o fría, se instalaba en una de las mesas del pequeño salón.
Ahora, a pesar de lo agradable que estaba la noche, eligió el
interior del café y sin pedir permiso se sentó en la mesa de Carmona. “Hola
Jefe, como anda?” Carmona saludó con un movimiento de cabeza.
“Hubo un muerto hoy?” “Ya empezamos - se dijo para si el
policía – no tendría que haber venido” En voz alta contestó al interrogante
“Si; el hijo menor de la señora del video club, lo encontraron sobre la ruta a
Caleta”.
“Qué perdida
– le contestaron – era un grande ese pibe; tenía mucha fama con las mujeres. Solteras
y casadas, no le hacía asco a ninguna. Con él se va una gran fuente de
anécdotas para Las Heras”.
Rosalino
depositó su pocillo sobre el plato y lo miró a Bermúdez. “Cuál habrá sido la
última?.
“No lo sé – contestó el panadero – pero si sé que hace quince
o veinte días, la chica casada con Werner recibió del marido una paliza
terrible y dicen que Leandro tuvo algo que ver con ese conflicto. A Ud. no le
llegó ninguna denuncia?”
El comisario negó con la cabeza e hizo una seña a Chelo para
que se acercara; a la vez metió una mano en el bolsillo y sacó una muy ajada
billetera y depositó sobre la mesa, el valor del café. Ya en pié, saludo a
Chelo, a Bermúdez y a los cuatro o cinco
parroquianos que estaban sentados en las pocas mesas restantes del salón.
Lentamente, mirando con cuidado donde ponía los pies sobre la
vereda despareja, se dirigió al modesto edificio donde estaba el departamento
que alquilaba. Cansado, buscó en la heladera un pedazo de tarta de acelga fría que
había quedado de la noche anterior y lo acompañó con una pequeña botella de
cerveza que también encontró. Rápidamente se acostó sobre una cama que le
enprolijaba todas las mañanas Doña Azucena Antical, contratada para limpiar los
tres ambientes del departamento y lavar y planchar la ropa que diariamente se
cambiaba.
Unos pocos minutos antes de las 8 de la mañana el comisario
Rosalino Carmona ingresó a su despacho de la Comisaría de Las Heras. Pasó
frente al mueble sobre el cual estaba el pequeño anafe, prendió la llama del
gas y colocó sobre la hornalla una pava para calentar agua. Luego saco de la alacena detrás de su escritorio,
la jarrita de latón enlosada y la bombilla; llenó tres cuartos de la jarrita
con yerba mate y con meticulosidad que alguno podría catalogar como excesiva,
colocó jarrita y la bombilla sobre el amplio tablero de su escritorio y en una
línea imaginaria paralela al borde. El tarro con la yerba sobrante fue colocado
dentro del cajón de la izquierda del mismo escritorio. Unos segundos más tarde
la pava hizo el ruido que el comisario conocía como el que indicaba que el agua
estaba en el punto de temperatura ideal.
Tomó el primer mate, fuerte y amargo como a él le gustaba, y
sonó el teléfono.
“Comisaría, buen día – le gustaba decir – habla el Comisario
Carmona”. Del
otro lado le contestaron “Buen día” y reconoció la voz del Dr. Canosa.
“Comisario, tengo novedades para Ud. En unos minutos si
quiere mandar a alguien al hospital, le envío el informe escrito de la
autopsia. Pero ahora he cambiado de opinión y le adelanto mis conclusiones por
teléfono, si a Ud. le parece bien”.
“Métale”, le
contestó.
“No parece que la causa de la muerte sea las múltiples
heridas provocadas por los perros... me inclino a pensar que cayó entre ellos
muerto de antemano.” Canosa calló por unos instantes y luego prosiguió “Resulta
que encontré una pequeña herida, hecha por algo con filo, que produjo un corte
limpio en la pared del corazón. Pero luego no encuentro sobre el pecho nada que
me permita decir que por allí entró un cuchillo, o lo que sea, que produjo la
herida que le comento; pero claro, el pecho está superficialmente destruido por
las dentelladas”.
“Gracias
Doc. Hizo un aporte invalorable. Ya le mando alguien a buscar el informe”
Carmona colgó el tubo y sonrió satisfecho. Antes de volver a su silla, se asomó
por la puerta de la oficina y llamó a su colaborador inmediato “Mileson, vení
un momento; necesito que hablemos”
Cuando
Mileson entró, le alcanzó un mate recién cebado. “Buen día. Esto te ayudará a
despertarte” le dijo. El otro lo miró, contestó al saludo y se sentó. “Qué
necesita?”
“Primero que me cuentes las novedades. Y luego que digas lo
que sabes de la vida mujeriega del muerto en estos últimos días” Carmona
también se sentó y esperó la respuesta de su subalterno.
“Esta mañana temprano encontraron la moto de Sevilla: estaba
escondida entre unos tamariscos a la salida oeste del pueblo. Sobre el segundo
punto no se mucho, pero fueron muy comentadas sus aventuras con chicas y con la
mujer de Werner. Marcelita Werner es muy bonita y está casada desde hace algo
más de 2 años. Werner es esquilador y se ausenta de Las Heras entre los meses
de Setiembre a Febrero; trae a la casa buena plata, pero luego deja parte de
ella en varios boliches del pueblo. Dicen que Leandro visitaba a Marcela cuando
Werner estaba esquilando con una comparsa por la zona de Gûer Aike y cuando
volvió, alguien le habrá ido con el cuento”. “Pero para que quiere saber esto,
Comisario?”
Rosalino chupo de la bombilla y con cierto aire pomposo dijo:
”Cuando alguien muere violentamente, las razones son tres: accidente, suicidio
o asesinato. En este caso estoy convencido que ha sido la última razón la que
da cuenta del hecho. Me resta ahora saber – y levantó un dedo de su mano
derecha - a) quién y – levantó un segundo dedo - b) porqué. Ahora terminá con ese mate y vení conmigo;
nos vamos de gira ”.
“Vamos a lo de Werner” dijo el oficial al agente Mileson,
cuando este ya había puesto en marcha el motor. El viento había amanecido y
ahora estaba más fuerte aún. La arenilla de la calle golpeaba contra el
parabrisas del vehículo.
La casa de
Werner estaba en la salida hacia Perito Moreno, a dos cuadras de la ruta. Las calles son de tierra y los perros creen
que son sus dueños. El viento siempre está levantando polvo porque los camiones
regadores de la Municipalidad no tienen esas calles en sus rutas diarias.
Algunas casas tienen veredas de cemento construidas y solo en pocas hay algún
árbol que intenta crecer, pero con dificultades. Todas tienen un frente
cuadrado o rectangular y es constante su monotonía; los techos no se ven desde
la calle, se inclinan en un solo plano y su falta de gracia es la
característica general.
Antes de
presentarse en la casa del esquilador, Rosalino, con Mileson a la zaga, golpeó
las manos en la puerta de Doña Guillermina Arzuaga, vecina ilustre del barrio y
conocida del Comisario de circunstancias anteriores en las cuales Doña
Guillermina le había hecho llegar buenos datos al investigador.
“Qué lo trae
por aquí Comisario?”
“Buen día
Doña Guillermina, el olor de tortas fritas”
“Ja!! no me
mienta, que con el viento de hoy, no se huele ninguna torta; pero igual ha de
comer, si gusta. Qué necesita?
“Necesito
saber si vio algo que le llamara la atención anteanoche”.
“Comisario, Ud. sabe que yo cierro cuando está comenzando a
anochecer y no sé nada hasta la mañana siguiente que me levanto y riego las
plantas del porche … pero sí escuche ruidos en la casa de Werner, porque lo vi
golpeando la puerta del patio atrás al pibe de Sevilla y poco más tarde llegó
Werner mismo y entró por la puerta de calle. Un poco más tarde escuché la
camioneta de Werner que salía; luego me dormí”.
La cara pétrea del Comisario no se modificó, a excepción de a
ceja derecha que se elevó. “A que hora fue esto Doña?” le dijo a la mujer,
mientras aceptaba un mate que ella le ofrecía.
“Cerca de las 12, porque justo era cuando terminaba el
noticiero en la tele”
“Muchas gracias” devolvió el mate y se incorporó. “Vamos
Mileson, que tenemos mucho que hacer”.
La casa de Werner estaba construida sobre la línea municipal
y se golpeaba la despintada puerta de ingreso desde la vereda misma. Mileson
hizo justamente eso, luego de buscar sin éxito un timbre. Ambos funcionarios
policiales esperaron que alguien les contestara la llamada.
Cuando finalmente se abrió la puerta, apareció una morocha
bonita de cerca de 30 años, vestida con una falda negra corta y una blusa
verde, que ponía en evidencia pechos de tamaño considerable; en una cara
redonda y simpática, tenía ojos oscuros, grandes y asustados . Detrás de la
chica, un perro marrón y orejas puntiagudas les ladró.
“Está tu marido?” preguntó Mileson y ella contestó negativamente moviendo la
cabeza.
“Entonces queremos hacerte unas preguntas a ti” intervino
Carmona por primera vez. “Donde está tu marido?”
La chica se agachó y le paso la mano por la cabeza del perro
“Se fue al bar de Ulloa, me dijo. No me supo decir si volvía para almorzar.”
“Anteanoche donde estaba?”
La mujer dudó “También en el bar de Ulloa, volvió tarde y yo estaba
durmiendo; no sé a qué hora llegó”.
“Cómo te
llamas?”
“Maite” le
contestó. “Maite Huenul de Werner”
“Gracias Maite – le dijo el Comisario – volveremos si nos
hace falta más información. Decile a tu marido que queremos hablar con él”. Ambos
policías dieron vuelta y caminaron hasta donde habían dejado la camioneta.
“Ahora vamos a lo de Ulloa” ordenó Rosalino.
Cuando entraron al bar había poca gente. En una mesa cuatro
hombres jugaban al truco casi en silencio y a la derecha de la entrada ocupaba
una silla un hombre de aspecto rudo, tomaba vino tinto de un vaso y cada tanto
se ponía en la boca uno o dos maníes, que estaban en un plato sucio sobre la
mesa. Sobre la izquierda al entrar, había un mostrador de unos tres metros de
largo y sobre este una máquina para hacer café exprés. Detrás del mostrador y
colgando de la pared un espejo grande.
“Anda Werner por aquí?” preguntó el Comisario. “Estuvo – le
contestó el que estaba detrás del mostrador – pero se ha ido”.
“Viene seguido? – insistió el policía – estuvo anteanoche
aquí?
“Si; estuvo hasta muy tarde. Se armó una mesa de truco que no
se terminó hasta medianoche. Yo luego me pude ir a la cama a las dos y no podía
más con el sueño que tenía”.
Rosalino dio
las gracias y lo miró a su lugarteniente. “Vamos a la camioneta”.
Una vez sentado nuevamente en el vehículo, Rosalino,
adivinando la pregunta de Mileson, le explicó “Creo que lo mató Werner a
Leandro. Lo encontró cerca de la casa o dentro de ella. Pelearon y le hundió un
cuchillo en el corazón. Luego para disimular la causa de la muerte, lo llevó a
la ruta pero del otro lado, donde sabe que hay perros cimarrones que no le
hacen asco a nada y allí tiró el cadáver. Ahora llevame a la comisaría y luego
salí a buscar a Werner y traemeló. Que te acompañe otro agente.”
No había pasado una hora y Mileson volvía con Werner
esposado, y a quien llevaba de un brazo. “Acá lo tiene, mi Comisario!”.
“Sentate Werner, explicame como lo matastes a Leandro” Werner
no contestó, ni lo hizo durante todas la mañana, sentado frente al escritorio
del Comisario, con las manos esposadas a su espalda. “Sabemos que lo matastes;
llegastes a tu casa y estaba él adentro con tu esposa” le dijo mientras Werner
mantenía silencio.
“Mi hipótesis – comentó Rosalino a Mileson, mientras comían
cada uno un sándwiches de mortadela, sentados en unas banquetas en una celda,
en los fondos de la Comisaría – es que Werner al volver a su casa, se encontró
que allí estaba Leandro. Pelearon y Werner le clavó un cuchillo en el corazón.
Un cuchillo angosto y filoso hiere y mata, pero no produce una herida que haga
fluir mucha sangre … él es duro y no confiesa”.
Estaban terminando su almuerzo, cuando el agente de guardia
en la entrada se presentó ante ellos: “Mi comisario, la esposa de Werner quiere
hablar con Ud.”
“Hacela pasar aquí. que el marido no la vea” Rosalino pasó su
mano por el frente de la camisa reglamentaria y se sacudió las migas. De pié
espero la llegada de la mujer “Qué necesita señora?”
Ella lo miró en silencio y su linda cara denotaba un
sufrimiento interior. Por prolongados segundos mantuvo silencio y luego de
sentarse sobre una silla, como borbotones, salieron unas pocas palabras “Werner no mató a Leandro…él es inocente”.
“Y si no lo mató Werner …quién lo mató? preguntó Rosalino
Carmona.
La mujer siguió en silencio.
“Si no me contestas a esto yo me veo obligado a mantener encarcelado a
Werner, porque yo creo que ha sido él” Haciéndole una seña con la cabeza a
Mileson, Rosalino dio media vuelta, se encaminó hacia su despacho, que se mantenía
con la puerta cerrada, y dejó a la mujer sola.
Hacia el medio día golpeó la puerta de Rosalino el agente Lastreto
“La esposa de Werner quiere hablar nuevamente con Ud.”
“Que pase” le contestó el oficial.
La mujer lloraba “Yo fui comisario. “Esa noche Leandro entró
a mi casa por la puerta de la cocina. Yo le dije que se fuera, pero el quiso
agarrarme y besarme. Yo tenía mucho miedo y sabía que mi marido volvía en
cualquier momento. Saqué un cuchillo de arriba de la mesada y lo amenacé para
que me dejara en paz, pero él no quiso parar. No sé como hice pero Leandro cayó
al suelo con el cuchillo clavado en el pecho. En ese momento llegó Werner y no
hizo falta contarle lo que pasó. Me mandó a callarme y cargó el cuerpo en la
camioneta. Había muy poca sangre y yo la limpié…no sé que hizo luego con el
cadáver”
Rosalino Carmona lo miró a Mileson y le dio varias órdenes.
“Encerrala en el calabozo de la derecha, llamá al Fiscal a Puerto Deseado para
que se venga esta tarde misma, decile a Werner que su mujer a confesado y que
él puede ir, pero que a ella no la puede ver hasta que no llegue el fiscal” y poné
la pava, que tengo ganas de tomar mate.
Luego, cuando ya estaban terminando la pava , Mileson le dijo
a su jefe que estaba satisfecho porque habían descubierto el asesino. “No estés
tan seguro de que nuestra verdad sea la verdadera” le contestó este se quedó en silencio por unos instantes. “ Y
si Marcela inventó el cuento para salvar a su marido, atento que ella le tiene
mucho miedo y está amenazada por él? Le comentaré mis dudas al fiscal, porque
él tiene la responsabilidad desde ahora”.