Como
tajos sobre una panza tensa, titubeantes, indecisas,
esquivos,
meandrosos, turbulentos,
buscando
con dificultad su confluencia con las restantes aguas del universo,
corren
los ríos de mi tierra hacia el oriente.
El
corte en la plana estepa es profundo,
provocado
por miles de años de deshielos y de lluvias furiosas
que
arrastran la arcilla y desmoronan las altas paredes de piedra.
Cubren los fondos de los valles con el limo
que
traen sus aguas turbulentas desde las altas montañas del oeste;
donde entregan su tierra oscura, luego que desde hace cientos y cientos de años,
se
maceran los restos de los coihues, de los ñires y las flores de amancay.
Meandros
silenciosos que brillan alternativamente al sol,
aguas
de plata escondidas tras los sauces,
que
lloran y lloran a su paso,
porque
nunca las volverán a ver.
Islas
que se forman en los estíos,
para
desaparecer bajo las aguas turbulentas
de
los deshielos primaverales siguientes.
Banquinas
verdes donde anida el caiquén,
descanso de las garzas y de los cisnes de largo cuello
negro,
nidos
del pato y del macá tobiano
en
los verdes juncales apretados de las orillas.
Salta
una trucha tras el vuelo rasante de un moscardón
y sobre
el ruido de su caída, se mezcla el canto de la calandria,
que
desde la orilla quiere romper el silencio
del
agua que eternamente pasa.
Cipolletti, Mayo 2015
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