jueves, 15 de septiembre de 2011

Bajo de los Guanacos Ermindo Bellavista

Pedro Dobrée
El presente fue inicialmente escrito para ejemplificar un caso de la Teoría X e Y y fue publicado en el Blog "Administración desde el Sur".  Como tiene asiento en la realidad de un personaje de la Patagonia, decidí publicarlo también aquí. Espero que les guste.
Nació en una pequeña vivienda de un plan provincial, en las afueras de Bajo de los Guanacos. Era hijo de Doña Lucía Domínguez y de Calos Bellavista. Doña Lucía quedó viuda temprano, cuando su marido había rodado junto a un alazán corpulento, en una fría mañana de Septiembre a no más de 5 leguas del pueblo. Luego de esta desgracia Doña Lucía, con sus 4 hijos varones, vivió de su labor como empleada doméstica, y de una pensión que un diputado provincial había logrado gestionarle.
Ermindo era el mayor de los chicos y en cuanto terminó la escuela primaria, quiso buscar trabajo para ayudar a su madre. Colaboró con un verdulero en un local a tres cuadras de su casa y posteriormente con un taller mecánico. Mientras realizaba changas iba, no siempre, al colegio secundario. En tercer año y pronto a cumplir los 18, abandonó para empezar a trabajar en la Municipalidad. Allí fue destinado al Corralón, lugar en donde tenían base de operaciones las cuadrillas que atendían las dos plazas del pueblo, el estado de las calles y el mantenimiento del alumbrado público.
Tres años estuvo allí, la mayor parte del tiempo en mantenimiento de calles, realizando tareas de mínimas exigencias de capacitación y mucho esfuerzo rudo con palas, azadas y picotas, que es el término con que en Patagonia se le llama a los picos.  Cansado Ermindo de este trabajo, decidió pedir hablar con la Secretaria de Gobierno de la Intendencia y plantearle su deseo de emigrar a otra zona del municipio para realizar una tarea más liviana.
“No estoy buscando no trabajar, Señora … le dijo, un día en que la encontró en los pasillos del edificio … pero quiero otra cosa, que me rompa menos las manos y pueda llegar a casa con ganas de hablar con mamá y jugar con mis hermanos y no, como hasta el ahora, que solo quiero tirarme sobre mi cama y dormir”.
De la Dra. Velarguerre solo obtuvo un “veremos que puedo hacer”, pero a 20 días de la conversación, el capataz le informó que al día siguiente, a primera hora, debía presentarse en el despacho de la Secretaria de Gobierno.
Sin mayores expectativas Ermindo asistió puntualmente a la cita.  Quieres encargarte del archivo Ermindo?” le dijo la funcionaria. El contestó, sin dudarlo, que si.
Sofía Velarguerre tenía un problema con el Archivo. Estaba ubicado en un galpón mal iluminado y polvoriento, al costado del Edificio Municipal. Aunque la ciudad solo recientemente había adquirido un movimiento importante, el volumen de papeles era ya grande, había fundadas sospechas de la existencia de lauchas en el interior y el orden de los diversos legajos, expedientes y biblioratos era desastroso, producto, esto último, de la inexistencia de un encargado para mantenerlo y de la desidia de los restantes empleados, que cuando devolvían expedientes, lo depositaban en cualquier lado, por la carencia de una buena luz y para evitar el contacto con las lauchas. Nadie quería responsabilizarse del problema.
Buscar, y luego devolver un expediente del archivo, era visto por todos como un castigo. ¿”Habré hecho bien al proponerle el cargo a Ermindo…” se preguntaba Sofía?
El 10 de Febrero de 1998 Ermindo Bellavista comenzó a trabajar como responsable del Archivo Municipal.
Como era un muchacho simpático, uno de los pilares del equipo municipal de futbol y se había ganado un grupo grande de amigos dentro de la organización, rápidamente pudo pedir ayuda para hacer los arreglos que quería introducir en el archivo. Algunos de los operarios de “tareas generales” le ayudaron a reparar varias goteras en el techo y reemplazar un vidrio de una ventana. Y el encargado del mantenimiento de la iluminación pública, cambió cables, portalámparas y le colocó farolas nuevas que sacaron del pañol.  De su casa trajo una gata que encerró en el archivo y que alimentaba allí para que no huyera; los que si huyeron fueron las lauchas.
Para mediados de Marzo ir al archivo dejó de ser una pena. Ermindo recibía sus visitas sentado detrás de un ordenado escritorio, sobre el cual había un pequeño florero con un manojo de flores plásticas. “Mis visitas son mis clientes y los tengo que atender bien” explicaba. En pocos segundos encontraba la documentación pedida y se la entregaba al solicitante luego de registrar el retiro en un prolijo cuaderno. Cuando era devuelta, se tachaba la “salida” del cuaderno y se devolvía la documentación a su lugar original. La nueva situación del archivo era el comentario general de los pasillos comunales.
Al cumplir 6 meses en el nuevo cargo, la Secretaria de Gobierno de la Municipalidad pidió y logró, una mejora de categoría para el responsable del archivo y toda la Municipalidad felicitaba a Ermindo por su labor. A Ermindo  no se le caía la sonrisa de la cara.
Hoy ya no está frente al archivo. Desarrolla otras tareas de mayor responsabilidad, su salario mejoró y es considerado un muy buen empleado administrativo. Antes de que lo cambiaran de lugar, solicitó una entrevista con el Intendente que le fue concedida. Allí pidió que quien se quedara al frente del Archivo fuera un amigo que recomendaba para el puesto. Lograba de esa manera asegurar lo que se había hecho allí,

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