Clemente Ameghino nació en Esquina, en la Provincia de
Corrientes. Allí vivió hasta que decidió estudiar abogacía en Buenos Aires
Repitiendo el camino de los estudiantes del interior del país
que llegan a las grandes ciudades, los primeros meses le sirvieron para
ambientarse y buscar donde vivir. Inicialmente habitó de prestado una pieza que
ocupaba un amigo que también había llegado, un par de años antes, de Corrientes.
Finalmente y luego de mucho buscar y regatear, pudo alquilar un pequeño
Departamento en la zona de Lanús, en un tercer piso, con una incómoda escalera
y ningún ascensor.
Todo esto lo pudo hacer con la ayuda que le hacían llegar sus
padres que tenían un pequeño almacén de Ramos Generales en la salida norte de
su pueblo nativo, sobre la Ruta Nacional 12.
Fue un estudiante aplicado y avanzó en el plan de estudios de
su carrera en forma razonablemente rápida. Luego de haber estado algo más de
dos años en la Facultad, ingresó al estudio de Figueroa, Madison y Asociados,
un grupo de abogados con algún prestigio en Derecho Comercial y Civil, que le
permitió, aun que desde una perspectiva muy inicial, una anticipada visión
profesional de su actividad.
Ese mismo año, mientras cursaba un seminario relativo a
Derecho de Familia, conoció a Guillermina Araujo, una estudiante de San Antonio
Oeste, en la costa atlántica de la provincia de Río Negro. Con Guillermina
rápidamente hubo un entendimiento excelente y ella abandonó la pensión donde
vivía y se fue con sus bártulos a Lanús.
Finalizaron sus estudios con pocos días de diferencia y luego
de muchas horas de discutir las ventajas y desventajas de distintos lugares,
decidieron instalarse en San Antonio, donde Guillermina tenía la posibilidad de
utilizar una vivienda que había sido de una de sus abuelas. Estaba situada
cerca de la orilla del mar, cuando las mareas eran altas, al norte de la
Avenida Belgrano, a la altura de la plaza central. Allí tendrían vivienda y
estudio jurídico.
La casa era una de esas típicas de San Antonio Oeste y del
resto de la Patagonia vieja. Techos
inclinados pintados color rojo apagado, paredes de chapa corrugada cubriendo
una estructura de madera, aberturas del mismo material y un pequeño porche en
la entrada desde la calle, para poder amortiguar el viento, cuando se ingresa o
egresa de la casa.
Al que llegaba por ese porche se le presentaban dos
alternativas: acceder al estudio – con una oficina y un baño – o acceder a la
vivienda.
Varios años luego de instalarse la pareja en S.A.O.y estando
una noche de calor sin poder dormir, Clemente oyó ruidos en el estudio. Contuvo el aliento y se
convenció que había alguien revolviendo papeles y moviendo muebles en la
estancia vecina.
“Guille … Guille …” susurró despertando a su esposa “…alguien
ha entrado”. En silencio retiró un viejo revolver 38 de su mesa de luz e hizo
señas para que salieran por la puerta del costado de la cocina que daba a un
pasillo y desde allí a la calle.
Una vez allí, cruzaron a la vereda de enfrente. Clemente le
solicitó a su esposa que caminara hasta la Comisaría, a menos de dos cuadras de
distancia, y avisara de lo que ocurría.
En cuanto Guillermina dobló la esquina, su esposo se tiró al
piso – sobre el césped del cantero y parapetado
tras un viejo tronco de fresno americano – y apuntó hacia la puerta de su casa.
“Salgan con las manos en alto – gritó con voz fuerte, aunque algo temblorosa –
estoy armado”.
……………………………………………
Modesto Argayarás, vivió su infancia y adolescencia en
Valcheta, una pequeña población al sur este de la Provincia de Río Negro. Hijo
de un inmigrante español y de una mujer de sangre tehuelche, finalizó sus
estudios primarios en la escuela provincial cercana a su casa, pero las escasas
posibilidades laborales de Valcheta lo llevaron a ingresar a la Policía
Provincial y en la fecha de lo que intentamos relatar aquí, había sido ascendió
a cabo.
Hacia 6 meses que estaba destinado a la Comisaría de San
Antonio Oeste, donde ya era conocido ampliamente por su buen humor y carácter.
Jugador de futbol, había ofrecido sus servicios al equipo local como defensor
derecho y este ya lo había alistado en las últimas dos o tres fechas de la liga
de la Zona Atlántica.
Gran tomador de mate, estaba iniciando la tercera cebadura de
esa guardia nocturna, cuando por la puerta abierta a la noche de mosquitos y
calor, vio llegar a la Dra. Guillermina, extrañamente vestida con un camisón.
“Qué la trae Doctora?” le preguntó algo ceremoniosamente, en
cuanto pisó la vereda del edificio. Rápidamente ella explicó que su marido
estaba frente a ladrones que habían entrado al estudio y que urgentemente debía
trasladarse él hacia allí para auxiliarlo. Mientras escuchaba, el suboficial
echaba agua desde la pava al mate y se lo ofreció a su visitante; ella con
impaciencia lo rechazó, argumentando que
no había tiempo para tal cosa.
Argayarás de todas formas logró calzarse la gorra
reglamentaria y sorber el mate, todo a la vez. Juntos salieron a la calle y
caminaron con prisa por la calle silenciosa.
“Qué pasa Doctor?” Clemente explicó la situación, siempre
desde el nivel de la vereda y tras el tronco que proyectaba la sombra de la luz
callejera sobre su cuerpo.
El policía lo miró seriamente, miró el frente del edificio
donde estaba el estudio jurídico y volvió a mirar a Clemente. “Doctor, voy a
buscar refuerzos” y sin esperar respuesta, dio media vuelta y se dirigió hacia
la esquina tras la cual desapareció.
Clemente y Guillermina esperaron aproximadamente media hora y
urgido por la humedad del pasto del cantero, el primero decidió levantarse.
Minutos después cruzó la calle y se acercó a su propia puerta. Llamó nuevamente
y al no recibir respuesta abrió lentamente la puerta y entró. Guillermina había
quedado, temblorosa, en la vereda opuesta. Los cacos, si los hubo, ya no
estaban y se habrían fugado por el fondo.
Modesto Argayarás nunca volvió.
El Comisario Lorenzo Abraham,
a cargo de la Comisaría de San Antonio Oeste, por influencias del Dr. Clemente
Ameghino y por instrucciones de la jefatura provincial, le inició sumario administrativo
por abandono de sus obligaciones de funcionario público.
Pedro Dobrée
Cipolletti, Diciembre de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario