domingo, 12 de junio de 2011

Gaviota de Puerto


Pedro Dobrée

Elsa Chacón nació en cercanías de Puerto Tirol, hacia el noroeste de la ciudad de Resistencia, en lo que en esa época era Territorio Nacional del Chaco.  Nació en la década de 1940, hija de una emigrante polaca y de un argentino de sangre española y toba.
Su infancia fue difícil, apretada con varios hermanos menores en una pequeña casilla de cemento y chapa y en donde los alimentos más frecuentes fueron la polenta, el pescado de los arroyos vecinos y el vino tinto.
El calor de los días y el agobio durante las noches por parte de un primo que con ellos también vivía, la hizo pensar en huir.
A los 15 años le propuso a un vecino algunos pocos años mayor, que se fueran a Rosario. Alguien los llevó a Resistencia “…y allí le hicimos dedo a uno que llevaba tablones de madera hacia el sur, por la Ruta 11”  Pero a la entrada a Santa Fe, el camionero no pudo evitar a otro vehículo, que venía en sentido contrario, y hubo un gran accidente: los tablones desparramados por la calzada y su compañero muerto.
Con varias heridas y una pierna rota, fue trasladada a un hospital santafesino donde pudo volver a caminar, con una pequeña renguera, luego de más de dos meses internada.
Durante su estadía allí, aprendió a obtener ciertos favores. El mejor plato de comida era para ella, si el cocinero descubría que bajo el camisón provisto por el Estado provincial, estaba desnuda.
Cuando los médicos le dieron el “alta”, el cocinero le dio un papel con una dirección.  Luego de tocar el timbre y que la atendiera una mujer grande y flaca, se encontró con 5 o 6 chicas, que vivían en el fondo. “Aquí, si no te hacés la rebelde, la pasás bien …” le dijo una de ellas “.. siempre hay comida y hasta podemos comprar, cada tanto, algo de ropa.”
Vivió dos años en Santa Fe. No la trataban mal y entre las otras chicas hizo amigas, pero no le gustaba la situación de depender siempre del dinero escaso, que se repartía los lunes. Se dio cuenta que si fuera su propia patrona, otra sería la situación.
Rufino Calandra era un cliente que se llegaba por la casa al menos una vez por semana y siempre pedía por ella. Una noche mientras fumaban ambos un cigarrillo en la cama, él le propuso irse a Bahía Blanca y Elsa vio su oportunidad.  Sin planes para más adelante, una noche subieron al tren que los llevó a Buenos Aires y allí tomaron otro hasta que el viento sur les trajo el olor del mar y del puerto.
Los primeros meses fueron buenos. Alquilaron en Ingeniero White una pieza con un baño y un espacio para cocinar que alternaba con otros vecinos. Todo era muy reducido, pero a Elsa le pareció un palacio, cuando pensaba en la habitación compartida en Santa Fe o en la casilla del Chaco.
Desde las cinco o seis de la tarde, se paseaba por las calles cercanas al muelle y volvía cuando amanecía el día siguiente. Allí cansada, volcaba sobre el cajón que le servía de mesa de luz, los billetes y las monedas que la noche le había proporcionado. Rufino contaba meticulosamente la recaudación y la guardaba en el armario.
Diez años vivieron allí; Rufino una mañana se despertó cuando ella llegaba y desde la cama le propuso cambiar de ambiente. “Este lugar ya no es para nosotros; me dicen que más al sur hay grandes esperanzas”  Y así era, la economía de los últimos años del gobierno militar y una competencia creciente, estaban afectando los ingresos de Elsa y ya Bahía Blanca no era lo que
había sido antes.
Empacaron sus pocas cosas y tomaron un ómnibus que luego de largas horas los depositó en un Puerto Santa Cruz oscuro y ventoso, pero que ya al día siguiente percibieron con esperanzas. Era el verano de 1979 y el año anterior se había inaugurado el muelle de Punta Quilla, un proyecto que hacía décadas había dormido en los escritorios de funcionarios en Río Gallegos y de Buenos Aires. Ahora parecía haber llegado el momento del inicio de la pesca y la explotación del petróleo afuera en el mar, actividades con las que siempre fue relacionado el proyecto
Punta Quilla se llama así porque allí fue donde se reparó la quilla del Beagle, la nave que llevaba al capitán Fitz Roy y a un todavía ignorado naturalista llamado Darwin, en un espectacular viaje alrededor del mundo. Durante los meses de la reparación, Darwin, el capitán y varios de la tripulación, remontaron el río Santa Cruz, llegando casi a su naciente en el gran lago Argentino.
A Elsa le fue bien allí. Vivió en una casa, ahora completa, y trabajó en otra sobre la Av. Piedrabuena, aguas arriba de su intersección con el Boulevard Roca. Para que no hubiese dudas de la actividad desarrollada allí, a la noche se prendía en el frente una pequeña lamparita con pintura roja.
Abrió una caja de ahorros en la sucursal local del Banco de la Nación y al año siguiente compró un auto pequeño y usado.
Pero el que anduvo mal fue Rufino. Luego de dos inviernos muy largos y duros y con varias internaciones por enfermedades pulmonares, agravados por la gran cantidad de cigarrillos fumados, decidieron nuevamente cambiar de lugar. “Un lugar con algo mas de calor, pero siempre cerca del mar, pues allí nos ha ido bien y me gusta la tristeza del chillar de las gaviotas cuando amanece.”
Se decidieron por San Antonio Oeste. Llegaron en Octubre de 1983 y estaba por inaugurarse el puerto nuevo y todo estaba por hacer. A los pocos días, Elsa y Rufino lograron el uso de una casa que había sido de obreros constructores del muelle y ella acordó con 3 mujeres un régimen de reparto de ingresos con liquidación diaria.
El acuerdo dejó satisfecho a todos, inclusive al nuevo gobierno democrático pues, en palabras de un funcionario de la Administración Provincial del Puerto “…sin la presencia de un buen burdel, esto no era un puerto en serio”.
El lugar pasó a llamarse la Casa de Paulette, pues era este el nombre que había adquirido Elsa. Junto al nuevo status, el tiempo le proporcionó varios centímetros mas a su cintura y su pelo, que había sido oscuro y que se mantenía rubio a fuerza de tinturas, ahora mostraba vetas blancas.
El puerto, construido allí aprovechando un rincón de aguas azules y profundas del Golfo San Matías, se dedicó a la carga de la fruta del valle del río Negro con destino a Brasil, USA y a Europa. Esto aseguró la presencia de gran cantidad de buques y hombres de diversas nacionalidades, base del negocio.
El Municipio de San Antonio, buscando el desarrollo turístico de su balneario, entregaba en Las Grutas terrenos fiscales a bajo precio y con facilidades de pago. Sobre uno de estos construyó Elsa tres departamentos pequeños y prolijos y los ofreció en alquiler. Actualmente, retirada de la actividad, estos ingresos “…equivalen a la jubilación, que nunca tuve”.
Rufino, derrumbado por sus pulmones, falleció hace una década.



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