sábado, 4 de junio de 2011

Vida de aventuras


Pedro Dobrée
Volvía cansado y descalzo hacia su casa luego de una tarde soleada cazando pájaros en las barrancas al norte del puerto. En un recodo se enfrentó, bajo la sombra de la arboleda a la vera del camino, con el carromato gitano. Su curiosidad creció cuando olió la comida en la olla sobre el fuego y escuchó la invitación a acercarse.
“Conocerás otros mares y tu vida será una aventura tras otra...” le dijeron luego de haber mirado largo rato la sucia palma de su mano. Excitado se levantó y casi sin detenerse corrió hasta su casa, a pocos metros desde donde las olas del mar se rompían contra las rocas de la costa, produciendo, noche tras noche, el ruido áspero que invadía la oscuridad.
James George Bynnon había nacido en el otoño de 1798 en Swansea, la pequeña ciudad de ceramistas, metalúrgicos, pescadores y marineros de alta mar, sobre la costa del Canal de Bristol, hacia el poniente de la tierra de Gales. Al cumplir 17 años había conocido como grumete bajo la bandera de Inglaterra, las costas de la China, de la India y el Mar del Japón. En Londres, en 1815, frecuentó a quien luego había de colaborar con la expedición al Alto Perú de San Martín: Lord Cochcrane. Con él viajó a Chile y se alistó como guardiamarina en la recientemente formada escuadra chilena: tenía 20 años.  Intervino en el asalto a El Callao y al mando de tres pequeñas falúas de desembarco, apresó una fragata española en Guayaquil.
Vuelto a Chile se mantuvo involucrado en las luchas independistas y logró su ascenso a Teniente, participando en los reiterados ataques a la resistencia española en Valdivia.
Finalizada la guerra de la independencia chilena, se le encomienda llevar una nave a Buenos Aires. Es la “Chacabuco”, que había sido facilitado por el gobierno argentino para la campaña militar en Chile y Perú.
Una tarde, en la casa de una familia porteña se sorprende con el caluroso recibimiento que se le otorga a Guillermo Brown y a su esposa, cuando ingresa el matrimonio al salón donde se está por servir la cena a los invitados. Rápidamente intima con el Almirante, atraídos ambos por sus experiencias comunes de lucha en el mar, contra tormentas y hombres.
En Buenos Aires se siente bien. La comunidad británica del puerto lo recibe, el ambiente incipientemente cosmopolita le apetece y aparecen oportunidades de actividad comercial navegando por el Paraná y cruzando el Plata a Montevideo.
Pero el comercio no es lo que necesita este pequeño galés para llenar sus horas y acude a Brown para que este le otorgue la posibilidad de volver a la acción. Ahora en plena guerra con el Brasil, el gobierno argentino ha entregado doce patentes de corso en blanco al héroe de Martín García y Los Pozos. Estos han de servir para hostilizar la escuadra enemiga y provocar caos en el comercio de la costa brasileña.
Una de estas patentes es para Bynnon.  Con ella vuelve al mar y a la lucha; otra vez el olor de la pólvora y el ruido de los disparos mezclados con el de las velas al viento. Otra vez un enemigo adelante; otra vez la posibilidad del acto heroico en defensa de la causa perdida.
Ha vuelto al puente de mando de la “Chacabuco” y sus instrucciones son ir a Carmen de Patagones. Desde allí deberá atacar a los barcos enemigos y colaborar en la defensa del pequeño puerto argentino que desde el norte de la Patagonia, ofrecía un débil flanco a la estrategia del enemigo.
El Carmen ve incrementada su población con marineros, mercenarios, tripulaciones apresadas y negros liberados. En las casas del pequeño caserío hay bienes de lujo que difícilmente existan en Buenos Aires y que fueron robados a los barcos brasileros; en el muelle de madera sobre el río se oye el barullo de muchos idiomas. 
En el verano de 1827 Bynnon se encuentra en el estuario del río Negro. Desde allí, se han dedicado a pelear a los brasileros y a protagonizar la actividad marítima del puerto.  Durante alguna de sus salidas a alta mar, el puerto ha sido visitado por una nave de la flota brasilera con la excusa de requerir leña y agua potable. Vuelto a El Carmen, su impresión, discutida con pares y oficiales, es que ha sido una visita de espionaje y que pronto habrá una invasión.
Durante uno de los primeros días de Marzo, un centinela del fuerte en tierra avisa haber visto la fragata “Itaparica”. Bynnon rápidamente sube a cubierta y manda llamar a los capitanes de los barcos que lo acompañan en la ría.  Sobre la misma cubierta se reúnen y reciben las instrucciones.  En cuanto las tropas brasileñas desembarcan, Bynnon ataca a sus navíos encerrados en un río desconocido y de escaso calado. Capturadas las naves, el galés también va a tierra con un número relativamente importante de marinería y ataca por la retaguardia a las tropas invasoras. Humo, disparos, gritos de dolor, gritos de victoria, sombreros en el aire; el fiero enemigo está entregando sus banderas de batalla y el pequeño fortín se ha salvado.
En diciembre del mismo 27, Bynnon llega a Buenos Aires con su botín: oficiales y tropa apresada y varias naves para incorporar a la flota naval de Brown.
Terminada la guerra, se dispone a participar nuevamente de las actividades sociales y comerciales de Buenos Aires y así lo hace hasta el año 1835. Pero en ese año recibe una oferta del gobierno chileno: incorporarse nuevamente a la Marina de Guerra de ese país.  La tentación es grande y no puede resistir; allí obtiene el grado de Vicealmirante y se constituye en Segundo Comandante de la Flota Nacional. Muere a los 40 años, en Santiago de Chile.
La profecía de la lejana Gales se ha cumplido.
Podría objetarse a la gitana no haber previsto que muchos años después, una pequeña población en el extremo sur de América – Carmen de Patagones - decidiera identificar a una de sus calles principales con su nombre. Un homenaje a su valor y protagonismo.
Pero esta objeción no podrá restarle mérito a la adivina: el pequeño James conoció muchos mares y en su vida una aventura no hizo mas que seguir a la siguiente.

 

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