domingo, 26 de junio de 2011

Relatos universitarios I

Pedro Dobrée
pdobree@neunet.com.ar

Si señor Rector”. Había cerrado con firmeza la puerta del despacho y se encaminó hacia la salida del área, mirando por encima del hombro a Sarita, la secretaria privada del Interventor en la Universidad Nacional del Comahue. “Haceme llegar un café, que tengo que escribir el discurso de esta tarde”. Se fijó si había acusado la instrucción, posó su vista un instante sobre el escote de la mujer e ingresó a su oficina.

Joaquín Gómez Sarmiento tenía 39 años y dos matrimonios a cuestas cuando llegó a Neuquén a fines del 79. Venía de una buena vida en Buenos Aires; un Buenos Aires pobladas de tardes en “La Biela” y de noches de “Mau Mau”.

Las apariencias decían que había sido el encargado de las relaciones públicas de la empresa de su segundo suegro, una fábrica metalúrgica de Avellaneda. Pero en realidad solo fue la fachada para alguien que nunca tuvo una experiencia laboral seria ni formación profesional alguna. Y, como él mismo decía, “…de algo hay que vivir”

Cuando se separó de Graciela, madre de su única hija, perdió la razón de su empleo. Pero su suegro, compadeciéndose de quien había colaborado para que tenga una nieta, había hablado con su compañero de fines de semana de golf en Olivos, en ese momento Ministro de Educación del gobierno militar. Por esta razón apareció en Neuquén, como colaborador del Rectorado.

Con algunas dificultades se adaptó a la vida neuquina. Rápidamente fue reconocido como habitué de las confiterías más frecuentadas del centro y logró cierta inserción entre los miembros de la alta burguesía local. Paraba en el hotel Royal, sobre la Av. Argentina y los domingos se lo sabía ver almorzando en el Neuquén Tenis Club, sobre la Av. Olascoaga, cerca del río Limay. Impecablemente vestido, con actitudes de galán de edad intermedia y cierta habilidad para jugar al tenis, su presencia no pasaba desapercibida.

En el otoño de 1981 conoció a Betina “Beti” Riera. Ella era estudiante de tercer año de la Lic. en Letras en la Facultad de Humanidades e integraba un grupo que con la Pastoral Social del obispado neuquino, actuaba en defensa y ayuda de grupos marginales de la capital y del interior provincial. A fines de Abril llovió mucho en la alta cuenca del Neuquén y el grupo de Betina estaba en plena campaña pidiendo ropa y alimentos, para quienes habían tenido que abandonar sus hogares, corridos por las frías y turbias aguas que bajaban de los faldeos precordilleranos.

La “Beti” era muy atractiva. Cabello muy oscuro y piel mate, tenía un par de ojos que, amén de grandes, eran vivaces. Aún la ropa adecuada a los primeros fríos otoñales no podían disimular un cuerpo elástico, de no menos de 1.70 metros de largo, con pechos y nalgas evidentes y largas piernas que podían adivinarse bien torneadas bajo la tela jean de un ajustado pantalón.

La primera vez que Joaquín vio a Beti, fue en una tensa reunión en la sala grande, a un costado del despacho del Rectorado. Beti había sido citada junto a varios de sus compañeros para ser notificados de la prohibición de usar aulas como depósitos de ropa y alimentos. Joaquín acompañó al Secretario Académico en la oportunidad. Beti mostró una mezcla de enojo y desprecio hacia el secretario y su acompañante. Joaquín la observó y entrevió el carácter de su oscura belleza. Se vieron luego y por la misma razón, otra vez más.

Interesado en la morocha, buscó excusas para otros encuentros y desplegó sus artes de seductor “bon vivant”. Beti respondió inicialmente con desprecio pero de a poco mostró cierto interés del cual se burlaron sus compañeros de actividades en la Pastoral.

Beti prosiguió con su actividad en defensa de gente marginal y se había introducido en las actividades de un grupo de alfabetización. Su relación con Joaquín se había materializado solo en algunos encuentros, un par de películas vistas en el Cine Español y una cena.

Joaquín se encontró de golpe en una situación por él nunca soñada. “Mire Gómez Sarmiento, Ud. tiene algunas compañías que no le convienen” le dijo una mañana el Rector Interventor, cuando había entrado a su despacho con expedientes para la firma.

En Agosto de 1981 ingresó, pasadas las doce de la noche, una llamada telefónica a la pieza del hotel de Joaquín. “Me han invadido la casa. Cuando llegué esta noche me encontré con todo revuelto, la puerta rota y la vecina me informó que tres o cuatro personas preguntaban por mi”. Beti vivía en una pequeña casa del barrio Sapere en Neuquén. La alquilaba desde que estaba estudiando, pues su familia residía en San Martín de los Andes.

Decime donde estas, pues te busco con el auto” Joaquín se vistió apurado. A los pocos minutos estaban en la ruta 22, rumbo a General Roca. Habían concluido que lo mejor era que Beti se fuera de la región; tenía parientes en Lomas de Zamora, en Buenos Aires, que la recibirían, estaba segura.

Nerviosos llegaron a la ciudad y se dirigieron a la parada de la empresa de ómnibus que viajaba a la Capital Federal. Beti se quedó en el auto que fue estacionado lejos de la luz, mientras Joaquín compró el pasaje.

Esperaron algo más de media hora y vieron doblar la esquina el coche que la llevaría. Ambos se bajaron a la vereda y Beti se despidió de Joaquín. “Me has sorprendido; poco has hecho en la vida, pero estas últimas horas fueron las más valiosas. No se si nos volveremos a ver, pero ten presente que siempre me acordaré de ti y del valor que has demostrado”. Con su sonrisa burlona le dio un beso, se dio vuelta y se subió al coche.

Algunos meses después volviendo desde Villa Regina a Neuquén, en una noche de niebla, el auto de Joaquín colisionó con otros. La ambulancia lo llevó rápidamente al hospital público de Cipolletti y a las dos horas, a pesar del esfuerzo de enfermeras y de médicos, falleció. De Betina Riera, de vez en cuando, tengo alguna noticia. Es una exitosa periodista, gráfica y radial, en Rosario.

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