lunes, 25 de julio de 2011

Cordillera adentro

Pedro Dobrée

Basado en lo contado por Jimmy Radboone a Herbert Childs en
“El Jimmy, Outlaw of Patagonia”, H. Childs;  Lippincott & Co., Londres, 1936

Adentro Lago Viedma

           
 La vida en la punta oriental del lago San Martín en 1907 era similar a la que había conocido en zonas cercanas a Río Gallegos o a Punta Arenas. Las diferencias principales eran la menor cantidad de vecinos y la inexistencia, en un área no menor a 400 kms. a la redonda, de un poblado.

Como lo eran también más al sur, los domingos eran días de carreras de caballos, juegos de cartas y de taba.

            El Jimmy no conocía forma más rápida de perder dinero, que con la taba. Aunque se hablaba de sus apuestas de cien pesos a “suerte” o a “culo”, El Jimmy niega haber apostado más de cincuenta en una sola jugada. Confiesa sí, haber ganado más en un domingo con sus caballos o con su habilidad para tirar la taba, que durante toda la semana trabajando.

            Con cierta frecuencia pasaban por los corrales de la estancia, arreos de vacas que provenían del sur de Buenos Aires o de la zona baja del río Negro. Los arrieros eran “norteños” o sea gente norpatagónica particularmente de la zona entre Patagones, Choele Choel y Bahía Blanca; en general todos eran muy de a caballo y grandes jugadores. Con ellos El Jimmy mantenía una imagen de poco ducho y no mostraba la calidad de sus parejeros, hasta tanto se confiaran. Luego desplegaba su habilidad  y generalmente las visitas volvían a emprender la marcha hacia Coyle, Gallegos o Punta Arenas, con sus bolsillos aliviados.

            Pero uno de los gauchos mas habilidosos con lazo, barajas o caballos de carrera era un tal Raminetti. Este, a contrario de los demás, era nativo del territorio. El gobierno nacional buscaba afanosamente establecer antecedentes en la disputa territorial con Chile y a su instancia, sus padres habían conformado los primeros grupos colonos de la ría del Santa Cruz.  Raminetti de chico había visto alternativamente anclados buques de guerra de uno y de otro país en las aguas que combinan el mar con el río. Pero la única circunstancia de lucha que recordaba era la oportunidad en que varios marineros desembarcados, fueron repelidos por los hombres de la colonia cuando aquellos quisieron perseguir a la media docena de mujeres que allí vivían.

            Raminetti pronto fue un obvio rival de El Jimmy. Hábil con caballos, poseía dos o tres verdaderamente rápidos y montaba como un tehuelche. Invariablemente de buen humor, se dedicaba a cazar ganado cimarrón y a domar potros. Manteniendo siempre una sonrisa, jugaba sin dudar lo ganado con su trabajo durante muchos días. Si necesario, era también rápido con el cuchillo y se comentaba que era preferible ser su amigo, a verse enfrentado a él.

            Por varios domingos ambos evitaron desafiarse hasta que sus destinos ineludibles los llevaron a buscar al mejor de los dos.
            En una mañana ventosa y fresca, el Jimmy sacó a varear el mejor parejero de su tropilla. Lo hizo trotar suave por una zona aledaña a la orilla del lago para entrar en calor y antes de volver internó al tordillo en el agua para que calme su sed. Cuando el animal solo había tomado algunos sorbos y para no adicionarle peso, tiró de las riendas y lo encaminó hacia el lugar del encuentro. 
            Al llegar el caballo estaba muy nervioso; había mucha gente y sus gritos rebotaban sobre las laderas que intentaban llegar a la costa del lago. Jimmy desmontó y ansió calmarlo con caricias en el cuello y sobre el lomo. Con el animal más aquietado se acercó a la largada, pero al sacarle la manta con que lo cubría, este le arrancó las riendas de las manos y embistió un alambrado cercano. Cayó el tordillo sobre el lomo dando tiempo a su propietario a volver a entrelazar las riendas entre sus dedos. Sin aparente daño volvieron a la pista y luego de varias largadas falsas, acordaron correr.  El tordillo de El Jimmy ganó por medio cuerpo al oscuro de Raminetti y este pagó sin protestar los 300 pesos apostados.

            Mas tarde y cuando ya había llegado la noche, los hombres se juntaron en el galpón con un asado de capón, varias botellas de ron y un juego de naipes manoseados. Cuando El Jimmy entró agachado por la puerta, Raminetti se levantó a esperarlo.  “Sos bueno para mentir” le dijo. “Yo no le miento a nadie” le contestó el inglés y hubo silencio junto al fuego. “Al menos sabes manejar un caballo” se rió Raminetti y la tensión cedió.

            Varias horas después un italiano venido desde el valle del Chubut, quiso levantarse y trastabilló. Raminetti, que estaba cerca, le bajó el sombrero sobre sus ojos. Se ofendió el arriero y rápidamente lo invitó a salir afuera. El grupo en el galpón se sorprendió ante la irresponsable actitud del forastero que no parecía conocer la fama del facón del gaucho joven.  Raminetti riendo, le hizo señas de que saliera primero e inmediatamente se agachó para salir también al oscuro. En cuanto superó la abertura de la puerta se escuchó un quejido y varios vieron al gaucho caerse con un tajo profundo y sangrante cerca de la faja que le sostenía las bombachas.
            Vivió por varios días sin poder comer y sin que se cicatrizase su herida. Pocas horas antes de su muerte, preguntó por el tordillo de El Jimmy, preocupado por si la rodada le hubiera producido algún daño.

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