miércoles, 9 de noviembre de 2011

Hermano tehuelche, hermano galés

Pedro Dobrée
pdobree@neunet.com.ar



            Juan Sacamata descansa sus viejos huesos al cruzarse un poco sobre el apero del tobiano.  Por un largo rato, hombre y caballo se mantienen inmóviles al borde mismo de la barda norte del amplio valle, 6 o 7 leguas aguas arriba del lugar en que el río llega al mar. Mirando hacia el sudeste y con el sol a su espalda, aprecia la belleza del eterno paisaje. Del otro lado, los faldeos, que con la lejanía se tiñen de azul, y abajo se puede ver, de a trechos, el reflejo de las aguas del río en cada meandro y el verde de los sauces que acompañan los recodos. Mas aquí, los cuadros prolijos, los bordes de álamos y tamariscos y cada tanto una pequeña casa blanca cuya chimenea emite, vertical, un hilo oscuro de humo, que se confunde luego con el aire frío y transparente de la tarde de otoño.

                        Sacamata se acuerda de cuando era joven, cuando los avestruces cruzaban esa pampita a orilla del agua, allí donde ahora crecen papas y el trigo con que los hombres blancos hacen el pan. Era aquí donde volteaban hacia el norte en busca de Carmen de Patagones, para entregar a cambio de  mercadería, la lana, las plumas y los cueros que habían juntado desde el año anterior.

            Desde la llegada de los colonos, las cosas no han andado mal. “Nosotros les enseñamos a estos huincas – piensa Sacamata – a andar a caballo, a cazar, a comer guanaco, a cocinar avestruz con las grandes piedras calientes. Pero ellos son buenas personas, no como los soldados de Roa que han matado a mi gente, ni como los comerciantes de Patagones, que nos engañan, para solo vendernos ginebra y robarnos el trabajo de todo un año”.

            Sacamata es un cacique tehuelche de la zona del Valle de Tecka y todos los años con su familia, antes del invierno, coloca sus toldos en cercanías de Gaiman. Lo que está observando sobre el fondo del valle del río Chubut es la colonia galesa, cerca de 20 años después de la llegada del primer contingente.

            La relación entre blancos inmigrantes y la población propia del lugar – la indígena – siempre ha sido muy conflictiva y América es un ejemplo tras otro de discriminación, injusticias, sufrimientos y muertes. Los primeros, basados en una cultura más poderosa, han logrado - rápidamente en muchos casos, más lentamente en otros - arrasar con las costumbres, los bienes y hasta con las vidas de los segundos.

            Argentina no ha sido excepción; la Conquista del Desierto, la conquista del Chaco, y la expansión del territorio blanco en general, son ejemplos en este sentido. Pero hay una interesante infracción a esta regla: la convivencia de los colonos galeses en el Valle del río Chubut y las tribus tehuelches de la zona, durante la segunda mitad del siglo XIX.

            Cuando en 1865 los viajeros del Mimosa desembarcaron en la playa que nombraron en homenaje al conde de Madryn, no podían haberse sentido más extraños en relación a su nuevo contexto natural.

            En efecto, en primer lugar, no había entre ellos gente con experiencias rurales, pues los oficios de los recién desembarcados eran  urbanos o mineros; como son los de zapateros, maestros, sastres, tipógrafos, mineros del carbón y otros. En segundo lugar había una enorme diferencia entre el régimen anual de lluvias de las laderas verdes de Gales, con el del desierto patagónico. Es decir, en Gales nadie se encargaba de regar, mientras que en el Chubut si no se riega periódicamente, nada crece. Finalmente, el valle del río Chubut se encuentra en el hemisferio sur y los colonos habían vivido toda su vida en el norte, y las estaciones allí son al revés.

            Si a todo esto se le suma el aislamiento en que se encontraron luego de que el Mimosa partiera – la ciudad más cercana es Carmen de Patagones, pequeña y en donde no se hablaba su idioma – se podrá entender que la esperanza de sobrevida de la Colonia era, al principio, sumamente escasa.

            Al inicio, la relación con los indios fue difícil. Idioma y costumbres totalmente disímiles y gran cantidad de desconfianza mutua, fueron serios factores a superar. Pero la buena voluntad imperó y pronto hubo gran colaboración entre ambos grupos. “…cuando llegó el cacique indio Francisco, con sus perros y caballos veloces y su habilidad para la caza, recibimos mucha carne a cambio de pan y otras cosas -  recuerda años después el Reverendo A. Matthews - adiestró, además a los jóvenes en el manejo de los díscolos caballos y vacas, proporcionándoles el lazo y las bolas. Recibimos también instrucciones útiles en la práctica de cazar animales silvestres y en consecuencia varios de nuestros jóvenes llegaron pronto a ser hábiles cazadores”.

            En la actividad comercial esta colaboración también se hace notar. Los galeses facturan buenas ganancias con la compra - venta de plumas de avestruz, cueros de zorros, de pumas y de otros animales y con la lana y los cueros de las ovejas que las tribus criaban en la precordillera.  Los tehuelches a su vez, logran trato más justo y mejores precios, que los obtenidos en Patagones y en Bahía Blanca.  Estas relaciones fortalecen los primeros emprendimientos comerciales de los colonos y facilitan la comercialización del trigo, de la avena y de otros productos de la colonia misma.

            No ha de ser demasiado audaz afirmar que una de las razones principales por las cuales el emprendimiento colonizador galés en el Chubut tuvo éxito, se relaciona con esta experiencia de respeto entre colonos y tehuelches.

            La situación de buen entendimiento permanece luego por muchos años y solo fue rota por el famoso caso aislado del Malacara, en donde varios blancos son muertos mientras un grupo tehuelche los persigue. Y aún durante la campaña militar del coronel Lino Roa, que dio origen a las batallas de La Vanguardia y Apeleg, los tehuelches supieron distinguir bien entre los “cristianos”: aquellos que fueron amigos y con quienes se enfrentaron.


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