sábado, 27 de agosto de 2011

El Tío Gerardo


Pedro Dobrée

El Tío Gerardo era el hermano de mi abuelo paterno. Un personaje singular y de quien guardo nostálgicos recuerdos. Pasó la mayor parte de su vida en la estancia en Santa Cruz, en donde también vivía yo de chico.
Aspecto actual de una calle centrica de Punta Arenas

Aunque su documento denunciaba ciudadanía chilena, porque había nacido en Punta Arenas en 1880 y pico, su realidad era la de una triple nacionalidad: chileno por nacimiento, argentino por adopción y porque aquí vivió más del 80 % de su vida, e inglés por su cultura.
Las autoridades en Punta Arenas anotaron el nacimiento de un niño de padres inmigrantes de Guernesey, una de las islas del Canal de La Mancha, entre Francia y Gran Bretaña. El nombre registrado fue Gerald Magellan (o, lo que es lo mismo, Gerardo Magallanes) siguiendo una costumbre de muchas viejas familias anglo - argentinas, que incorporaban al nombre de sus hijos, referencias geográficas de la zona en que nacieron o vivieron.
Ejemplos de esta costumbre son los nombres de Frank (Francisco) Ushuaia Lewis y de  Hugh (Hugo) Chalía Lively, dos viejos habitantes del antiguo Territorio de Santa Cruz. Chalía es un río del centro de la provincia, afluente del Chico, que desemboca en el mar, en la misma ría del gran Santa Cruz. Estas referencias eran usadas a los efectos formales y nunca, al menos así me parece, con el lenguaje coloquial.
Para nosotros el Tío Gerardo era Gerardo, y solo veíamos el otro nombre cuando se lo consignaba en un documento.
De adolescente viajó desde Punta Arenas a Inglaterra con sus hermanos y su madre, para asistir a un colegio en Guernesey. Pero cuando recién cumplía 17 años y su hermano 18, su padre, que se había quedado en Chile, los trajo nuevamente a América y les encomendó un campo que había recientemente adquirido sobre la margen sur del río Santa Cruz. Allí el padre abandonó a sus hijos, pues se fue a vivir a las Islas Fidji en el Pacífico Sur, sin que la familia tuviera luego más noticias de él.
Estuvo presente en los hechos provocados por las huelgas obreras de 1920 y 1921 y fue registrado por Osvaldo Bayer en su gran trabajo “Los vengadores de la Patagonia Trágica
Fue, hasta el final de su vida, soltero. A diferencia de su hermano, que fue más formal, que nunca tomó alcohol en exceso y que mantuvo una vida más ordenada, el Tío Gerardo fue siempre el alma de fiestas varias en Santa Cruz, en San Julián y en Río Gallegos, en bares de Buenos Aires y pubs de Londres. Gourmet y gran tomador de whisky, su fama de hombre alegre, afable y sincero, era largamente reconocida en los ambientes de la alta burguesía provincial, entre los peones de las estancias y entre las chicas de la industria más antigua del mundo.
Conocía los burdeles de toda la costa patagónica, desde Bahía Blanca a Río Gallegos y era amigo de muchas de sus pupilas; entre otras de la “La Emperatriz de San Julián”.
Un particular ejemplar de la cultura del pueblo inglés, perdido en la estepa patagónica y como recién salido de un libro de G. Green o de Conrad, Mr. Lionel Harris, cónsul británico en Puerto Santa Cruz, modelo de la elegancia de saco, corbata y sombrero caminando por las ventosas y polvorientas calles del pueblo, muy amigo de Gerardo, supo decirle un día a mi padre: “Tu tío es capaz de introducir su pene en lugares en que yo no me animo a introducir ni mi bastón”,
Tenía siempre buen humor y se caracterizaba por contar cuentos estrafalarios como si fueran de verdad absoluta. A nosotros, sus sobrinos nietos, nos encantaba la anécdota de cuando joven y viajando por la ruta 3 en un Ford T, tuvo que cambiar una rueda. Al prepararse para colocar la de auxilio, se dio cuenta que un choique[1], parado detrás de él, se había comido una de las tuercas que había depositado sobre la arena.
Con la edad, la comida y la bebida habían engrosado notablemente su cintura y una apoplejía le torció para siempre su boca, permitiéndole, en su opinión, sostener más fácilmente la pipa que, apagada o prendida, mantenía casi constantemente en su boca.
A pesar de su fama de solterón y farrista, nos debía tener mucho cariño. Siempre nos traía regalos a la vuelta de sus viajes, nunca se quejaba de los ruidos que hacíamos durante su siesta y a mi hermana, en ese entonces de 5 o 6 años, le permitía subirse a su falda y, por largo rato, peinarle la escasa cabellera blanca que crecía sobre su cabeza.
Cuando estaba llegando a los 70 años, viajó a Europa para visitar a sus hermanas y sobrinos en Inglaterra, que vivían en cercanías de Shrewsbury, pueblo natal de Carlos Darwin. Allí se enfermó y luego, convaleciente, se casó con la enfermera que lo atendía donde estaba internado. Con ella volvió a la Argentina y vivió por varios años, hasta que falleció, en la década del 60, en el Hospital Británico de Buenos Aires.


[1] Ñandú


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