sábado, 6 de agosto de 2011

Relatos universitarios III

 Pedro Dobrée

Carlos Romeo Cayal nació en Chos Malal, el 16 de Septiembre de 1964. Fue el cuarto de Doña Carmen Muñoz, todos hijos de Antonio Cayal, empleado de mantenimiento de calles en el Municipio e integrante de la comunidad mapuche Cayal, que poblaba tierras de veranada cerca de El Cholar y en invierno bajaba la hacienda a la zona de Zapala.

Vivía, con toda su familia incluida una tía muda hermana menor de Antonio, en una vieja casa del centro del pueblo; una de las pocas que sobrevivían desde la época en que Chos Malal ostentaba orgullosa el título de capital del Territorio. Las veredas de la cuadra expresaban la influencia de la cultura mendocina en el norte del Neuquén, con canales llenos de agua y abundantes alamedas que amortiguaban, en el verano, el sol caliente en los fondos de los patios y sobre la arena de las calles.

Sus años primeros transcurrieron entre la escuela, a la que acudía puntualmente bajo la segura mirada de Doña Carmen y la plaza, cruzando la calle frente al portón trasero de su casa, siempre poblada de jugadores corriendo detrás de una pelota.

En el verano del 82 viajó en el camión de un tío, a Neuquén. Había terminado, sin glorias pero tampoco penas, el colegio secundario y se le metió en la cabeza que quería ser Ingeniero. Se matriculó en la Universidad del Comahue y consiguió alojamiento en la casa del tío que lo había traído.

Allí siguió los sucesos de la triste y cruel guerra de Las Malvinas, del cual se había salvado por la rotura de una tibia y un peroné, jugando a la pelota cuando terminaba el quinto año del secundario. Pero sufría diariamente pensando en dos amigos de su pueblo, el “Chanchi” Gutiérrez y Fermín Baldomar, que habían partido con el patético entusiasmo de miles de argentinos que creyeron, engañados, que todo solo era una gran aventura y que volverían envueltos en gloria y admiración.  De los dos, solo volvió Fermín, sin gloria y envuelto en tristeza.

Entusiasmado por Franja Morada en la Universidad y por un radicalismo que, de golpe, comenzó a nutrirse de grupos sociales extraños a la clase media, se volcó totalmente a la militancia política.

Poco a poco el país aumentaba su efervescencia y su repudio al grupo militar que pretendía gobernarlo. En Neuquén, este fenómeno repitió el paisaje del resto de la geografía argentina y Carlos creció en entusiasmo y entrega hacia una acción política que le llenaba la vida.

Para Diciembre de 1983 había rendido Álgebra I y cursado Análisis Matemático I y Dibujo Técnico.  Poco para contarles a sus padres cuando volvió con ellos, a pasar las fiestas de fin de año en Chos Malal.

Semanas antes había celebrado por las calles neuquinas la fiesta que fueron las elecciones y la finalización de un periodo de sufrimiento y miedos, que nadie quería que se repitiera.

Un día del próximo invierno, llegó tarde de la Facultad y se encontró con un mensaje desde Chos Malal: Don Antonio estaba muy mal de salud y los hermanos reclamaban su presencia.

Consiguió un pasaje en ómnibus para la madrugada siguiente hasta Zapala. Desde allí, sobre una ruta tapada con mucha nieve de la noche anterior y en un auto que accedió a llevarlo, llegó a su pueblo.  Don Antonio había fallecido unos minutos antes de que abriera la puerta de su casa.

En 1984, inmerso en el proceso de conformación de los Centros Estudiantiles en cada unidad académica, fue elegido miembro del de la Facultad de Ingeniería; pero a la vez imprimió una nueva dinámica a sus estudios. Nunca supo si fue su actuación política, su rendimiento académico o sus habilidades futbolísticas, lo que llamó la atención de Julieta, una estudiante de primer año de su misma Facultad. Cuando quiso hablar de formar una familia, Julieta exigió primero un título.

El 13 de Diciembre del año 1990 rindió su última materia y a la semana estaba trabajando en una empresa petrolera. En marzo del año siguiente se caso y con Julieta fueron a vivir a Malargüe, donde la empresa les facilitó una pequeña casa.

Hoy Doña Carmen se pone contenta cuando su hijo, el Ingeniero, llega a verla, trayendo los dos nietos mendocinos. Reza en silencio y sin que los demás en la casa se den cuenta, pidiendo a la virgen que le permita, siquiera un año más, seguir disfrutando de ellos.




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